[III]
Semejante a un cerebro
que se apaga,
la noche presta ese
consuelo denso de los cauces
que te arrastran
dormido sin ligazón posible,
animal que respiras
inclemente,
mientras venden tu vida
los honorables jefes,
mercancías de huesos en
un monton informe
propio para sus
fiestas.
Despertar no es lucidez
hallada,
es un terror dejado en
las paredes,
es el día anterior que
nos asalta
un desasido manantial
que gruñe como lejos,
mundo hirviendo que
manos estrangulan
no sé con qué postizo
sustituto de telones pintados.
Peligroso abandono nos
arrastra,
aguas de lodo arrullan
nuestro oído
apagando el ocaso ya
rugiente
sus atroces nostalgias
exhumadas,
muerte feliz que logran
levantarnos,
con hisopos de dedos y
de aromas
para sus gruesos fines.