(Dr. Pedro García Cueto)
PONENCIA PARA EL CONGRESO EN
HOMENAJE A JUAN GIL-ALBERT
LOS AÑOS DE GIL-ALBERT EN MÉXICO-
POR PEDRO GARCÍA CUETO
SU LABOR EN LA REVISTA TALLER
La colaboración de Juan Gil-Albert con la
revista Taller no surgió al llegar a
México, sino, como nos recuerda José Carlos Rovira en el excelente artículo “El
exilio en México y Gil-Albert” (Nuevos apuntes sobre su actividad intelectual),
publicado en la revista Laberintos en
el año 2004, ocurrió en Mayo de 1939, cuando todavía no había llegado el barco
Sinaia al puerto de Veracruz.
Juan Gil-Albert estaba en Francia, a punto
de embarcar hacia su exilio mexicano, cuando el periódico El Nacional del 28 de mayo publica el breve texto Elegía a un efímero abrazo, que había aparecido en el número II de la revista Taller, correspondiente a Abril de 1939. El texto forma parte de A los sombreros de mi madre y
otras elegías, que no coincide con la del título Elegía a los sombreros de mi madre, que
el escritor alcoyano había publicado en la gaditana revista Isla en 1934.
El día que apareció el texto “Elegía a
un efímero abrazo” (sigo a José Carlos Rovira en su esclarecedor artículo),
abría la sección una frase de Napoleón, seguía otra de Lord Byron y también
aparecía un soneto de Julio Herrera y Reisig. El texto de Gil-Albert es uno de
los pocos testimonios en ese momento de la literatura española del exilio, ya
que la mayoría de los escritores que publicarán en Taller lo harán más tarde, cuando ya se hallan en México.
Hay que recordar que el Nacional era un periódico del
gobierno mejicano y, a partir de junio de 1939, será portavoz cultural del
exilio. Fue Efraín Huerta, como nos recuerda el profesor Rovira, quien
seleccionó aquel primer texto del escritor alcoyano, porque fue el primero en
prestar atención al escritor en una sección que se titulaba “Españoles en
México”, donde el 14 de julio de 1939 aparece un artículo titulado “Juan
Gil-Albert”.
Desde junio el Suplemento dominical del periódico puso en marcha una sección
titulada “Españoles en México”, allí desfilan grandes escritores del exilio. El
domingo 13 de junio la página estaba dedicada a Antonio Sánchez Barbudo y a
Gil-Albert.
Aparecen varios poemas del escritor
alcoyano: “El culto familiar”, fechado en 1939, “El Arcángel” y “La caballería”,
escritos ambos en 1938. El último refleja la triste imagen de los soldados que
cabalgan en la noche, frente al primero donde se nos presenta, en forma de
soneto, una figura que revela la Naturaleza, a través de un sol emergiendo tras
nubes tomentosas.
Gil-Albert no volverá a colaborar en El Nacional hasta su despedida en 1947.
Después de su temprana colaboración, el periódico acoge las voces de muchos
exiliados. En la revista Taller, sin
embargo, ya aparece las críticas de un grupo de intelectuales contra el
esteticismo de la revista, encabezando tales disonancias Emilio Abreu Gómez.
Exiliados de la talla de José Moreno Villa
o Emilio Prados manifestaron su rechazo a los poemas políticos que ellos
fomentaron, en un principio, con su participación.
Gil-Albert colaboró también en Las Españas, revista que comenzó su
andadura a editarse en 1946 de la mano de Manuel Andújar, José Ramón Arana y
José Puche. El escritor alcoyano colaboró, por primera vez, en noviembre de
1946, exactamente en el número 2 de la revista. En sus páginas 3 y 4
aparecieron Mis preceptores con la
indicación de El Ocio y sus Mitos (sigo a José Carlos Rovira y a su artículo
aparecido en la revista Laberintos).
El número 4 de Las Españas está dedicado
al recuerdo de Don Antonio Machado, en el octavo aniversario de su muerte con
artículos de Manuel Altolaguirre, Juan José Domenchina y Juan Gil-Albert, entre
otros.
Y el número 5, fechado en Julio de 1947,
se recoge un estudio al estilo cervantino de Juan Gil-Albert titulado
“Alonso Quijano el bueno”.
Volviendo al periódico El Nacional, la despedida de México la
anunció el escritor en el Suplemento dominical el 27 de julio de 1947 a través
de las palabras de Rafael Heliodoro Valle, donde cita una reunión en Morelia en
la que participaban el escritor junto a universitarios de Méjico, Estados
Unidos y Cuba. Para no dejar constancia detallada de sus palabras, con el único
fin de resumir la intención de Gil-Albert, cabe decir que el escritor habló del
destino, y era éste, precisamente, el que le invitaba a volver a su tierra, ya
que causas emocionales pesaban sobre él.
Si dijo en el citado periódico a través
del artículo titulado “Un consejo” las siguientes palabras, la realidad,
contradiciendo lo que su cabeza decía, impuso la vuelta a la tierra amada:
“No
huyáis del lugar donde acaban de abriros una brecha mortífera; sucumbid en él o
esperad, pegados a su suelo, como una estatua inanimada, al renacer de la
primavera; el triunfo del que huye no es nunca de oro de ley, y el supuesto
victorioso volverá una y otra vez a caer en la trampa de su cobarde destino”.
Así tacharon, de cobarde, su decisión, en
la revista Las Españas, con un
anónimo, donde se considera al escritor, por decidirse a volver a su país, un
“muerto en vida”. La dureza de estas palabras merece que sean citadas en su
integridad:
“Juan
Gil-Albert, ex-colaborador de nuestra revista, ha marchado a la España de
Franco. Del artículo con que, sin decirlo, se despidió de México, reproducimos
el párrafo final que encaja perfectamente con su determinación: “UN CONSEJO:
…(ya citado arriba)”
“A veces, como en este caso, el poeta
subsiste en su parte formal. Pero el hombre, hombre de un pueblo y de una
causa, muerte en vida. De la peor manera posible”.
Como nos recuerda José Carlos Rovira el
problema de Gil-Albert fue su ausencia de lugar, ya que él vivió ensimismado
por el recuerdo, envuelto en las brumas de un pasado que lo envolvía
(sentimentalmente, sobre todo). Cito a
Rovira, en su excelente conclusión (de
su artículo “El
exilio en México y Gil-Albert
(Nuevos apuntes sobre su actividad intelectual)):
“El
problema de Juan Gil-Albert, seguramente, es que estuvo, desde 1947, y
seguramente antes, desde 1939, no entre dos tierras, sino en tierra de nadie. Y
eso explica silencios cómplices posteriores de escritores y críticos frente
aquel regresado que en México, como he señalado antes, optó por penetrar en las
revistas mexicanas y en el ámbito de la cultura que se estaba haciendo allí,
más que en los círculos atenazados por una supervivencia basada en su propia
identidad de exiliados. La decisión fue bastante heroica, puesto que generaba
todas las incomprensiones y rechazos posibles, desde el principio”.
Como señala Rovira, en este artículo, el
camino de Juan Gil-Albert fue diferente al de otros exiliados, porque ya era
singular su sendero literario y su postura ética y estética ante el mundo que
le rodeaba.
4.1. LA REVISTA TALLER: SU ORIGEN, DE LA MANO DE OCTAVIO
PAZ Y ALGUNOS TEXTOS DE JUAN GIL-ALBERT EN ELLA.
Los antecedentes de la revista Taller en la
que colaboró el escritor alcoyano, nos los cuenta Octavio Paz, en su
interesante estudio titulado Sombras de
obras, publicado por primera vez, en España, por Seix Barral en 1983. Utilizo para este estudio la edición en
Biblioteca de Bolsillo en 1996.
El escritor mexicano no sólo fue crítico,
poeta y estudioso de la Literatura, sino también un activo participante en la
vida intelectual de México en ese período y contribuyó a ella con la creación
de revistas tan interesantes como Taller,
en la que Juan Gil-Albert ejerció de secretario.
En aquel momento, existía entre el
panorama intelectual un deseo de salir de las dos tendencias en las que se
posicionaron muchos escritores: el nacionalismo y el realismo socialista.
Las primeras publicaciones de los nuevos
escritores fueron revistas de poesía. Una de ellas fue Taller poético, claro antecedente de la revista Taller, dirigida por Rafael Solana. Fue
muy nutrida la colaboración en la citada revista de los escritores más
sobresalientes del panorama mejicano: Enrique González Martínez, Carlos
Pellicer, Alberto Quintero Álvarez, Manuel Lerín, Efraín Huerta y Enrique
Guerrero.
Taller
poético fue la revista más activa, la que más dio a conocer a los nuevos
escritores, como fue el caso del ya citado Efraín Huerta. El primer libro del
escritor (Línea del Alba) vio la luz gracias a Rafael Solana. Cuenta Octavio
Paz en Sombras de obras, un momento clave para la
transformación de la revista Taller poético en Taller.
Fue en 1938, en una comida a la que
asistieron Rafael Solana, Efraín Huerta, Quintero Álvarez y Octavio Paz.
Durante la reunión, se habló de convertir Taller Poético en una revista
literaria más amplia y en la que tuviesen cabida cuentos, ensayos, notas
críticas y traducciones. La idea partió de Solana, el cual pidió colaboración a
Huerta, Quintero y a Paz para realizar semejante empresa.
La aceptación por parte de los jóvenes
escritores fue fundamental para iniciar la andadura de la revista Taller. El primer número, fue, en parte,
ideado, realizado y pagado por Solana, figuraban, aparte de poemas de los escritores ya citados, unos
poemas inéditos de García Lorca rescatados por Genaro Estrada, con ilustraciones
de Moreno Villa, notas de Villaurrutia y Revueltas.
Los tres números siguientes los
elaboraron Quintero Álvarez y Octavio Paz. Fue en el segundo número de la
revista donde José Revueltas publicó el primer capítulo de su novela corta El Quebranto, que no llegó a editarse.
Octavio Paz quedó fascinado por ella y nos cuenta lo siguiente:
“Me
impresionó tanto que me apresuré a proponerla, sin éxito, a un would be
publisher. Años más tarde descubrí que este pequeño escrito de juventud
–intenso, confuso y relampagueante, como casi todo lo que escribió Revueltas-
tenía más de una turbadora afinidad con El
alumno Torless de Musil” (p.97)
Como se puede apreciar por estas
palabras, Octavio Paz ya demostraba una gran intuición crítica, tanto es así
que se había convertido en uno de los principales promotores de la
intelectualidad mejicana en aquel tiempo.
Muy interesante para mi estudio fueron
las impresiones (aparecidas en Sombras de obras) que dedica al número cuatro de
la revista, de carácter excepcional. Apareció en julio de 1939, colaboraron en
el mismo Quintero Álvarez, Huerta, Solana y el mismo Paz. Abrió el número un
excelente ensayo de María Zambrano (otra de las amigas de Juan Gil-Albert a lo
largo de muchos años, discípula de Ortega, como ya sabemos). Su título fue Filosofía y poesía. Figuraron en el
sumario escritores de la talla de Bergamín, Prados, Emmanuel Palacios y Enrique
González Rojo. Hubo un texto sobresaliente en ese número: Temporada de infierno
de Rimbaud. La elección de este texto, supone, para el escritor mexicano, una
forma de definirse, ya que no se identifican (el grupo al que perteneció) ni
con el realismo social ni con los españoles de la generación del 27. Paz se
refiere más bien a una identificación algo confusa, que entronca con la
simbiosis entre poesía e historia.
Pero lo que nos interesa fue la llegada
de los españoles exiliados y la incorporación de estos en la revista. Paz nos
lo cuenta de la siguiente manera, identificándose con ellos, sabiendo que la
fraternidad en la lengua es el único lugar donde podían refugiarse de los malos
tiempos que les tocó vivir:
“El
ingreso de los jóvenes españoles no fue sólo una definición política sino
histórica y literaria. Fue un acto de fraternidad pero también fue una
declaración de principios: la verdadera nacionalidad de un escritor es su
lengua” (p. 99).
Colaboraron en la revista amigos del
escritor mexicano cuando estuvo en Valencia: Juan Gil-Albert, Ramón Gaya,
Antonio Sánchez- Barbudo, Lorenzo Varela y José Herrera Perterre. El escritor
alcoyano fue secretario de la revista, como comenté en páginas anteriores.
También intervinieron en la revista dos amigos mejicanos de Paz y un español:
José Alvarado, Rafael Vega Albela y Juan Rejano.
El problema fue la financiación, ya que tras
el número cuatro los recursos económicos
para financiar la revista se habían agotado. Eduardo Villaseñor, quien ocupaba
un alto cargo en el gobierno de Cárdenas y que amaba fervientemente la poesía
les prestó ayuda. También José Bergamín, a través de la editorial Séneca,
ofreció su ayuda a Taller.
A partir del quinto número, Ramón Gaya se
encargó de la tipografía, dibujó viñetas (sin cobrar, según nos cuenta Paz) y
modificó la carátula. Para el escritor mexicano, la revista se pareció mucho a Hora de España, lo que viene a ser
previsible, por la presencia de los escritores de la revista creada en Valencia
en Taller.
No fue Taller
una revista cerrada a unos pocos colaboradores, sino que abrió el abanico a
nombres tan dispares como Juan Ramón Jiménez, Alfonso Reyes, Luis Cernuda,
Carlos Pellicer, Jorge Cuesta, Rafael Alberti, Luis Cardoza y Aragón, León
Felipe y otros. Se le dio importancia en las páginas de la revista a la poesía
barroca, se publicó una antología de Luis Carrillo y Sotomayor, seleccionada
por Pedro Salinas. También Neruda colaboró con una selección de liras del XVII.
Sin olvidar la edición moderna de las Endechas de Sor Juana Inés de la Cruz,
preparada por Xavier Villaurrutia.
Resulta muy interesante las diferencias
entre los componentes de Taller y los
que formaron parte de la revista Los
Contemporáneos. Octavio Paz pretende desmarcarse de ese grupo de
escritores, tanto es así, que en el número 2 publicó una nota “Razón de ser”,
en la cual subrayaba todo lo que los unía y los separaba de ellos.
Para el escritor mexicano, la pretendía
juventud de los componentes de la citada revista era una impostura, él no creía
en esa reivindicación de poesía pura, pintura pura, como si aquellos
descubriesen el Olimpo, cuando éste estaba ya creado. La obra de Juan Ramón
Jiménez y el anterior concepto de Paul Valery sobre la poesía pura dejaba fuera
de juego a esa generación impetuosa que creía descubrir en lo puro algo nuevo.
Lo que también detestaba Paz era la idea de la juventud eterna, ya que la
juventud es etapa, no ha de prolongarse más allá de su tiempo y debe ir
navegando hacia el cauce de la bien entendida madurez.
Para el escritor mexicano (sigo el libro
Sombras de obras) la Guerra Civil interrumpió un importante progreso en la
literatura de muchos escritores españoles, ya que sacrificaron la estética a su
compromiso ético, desnaturalizando la literatura. Como vemos, no está muy lejos
de la Ponencia en la que Gaya, Gil-Albert y otros criticaban el abuso de lo
propaganda ideológica en la literatura.
Hay que entender la dificultad de no
comprometerse con unas ideas, la inercia hacia la España republicana (por parte
de los escritores progresistas) o la franquista (por parte de los
conservadores). Pero es interesante el caso de Gil-Albert que logró desasirse,
tras una época de compromiso ideológico, de semejante literatura ideológica.
El escritor mexicano lo dice muy bien en el
libro: “La “literatura comprometida” no derribó a Franco pero comprometió a la
literatura y la desnaturalizó. Se confundió a la literatura –novela, poema,
crítica literaria- con la literatura política. Pero la literatura política
tiene sus formas propias de expresión, las únicas eficaces: el ensayo, el
artículo, la sátira, el reportaje”. (p. 103).
Para Paz, los escritores mexicanos de Taller, no creían en la poesía social,
salvo el caso de Efraín Huerta. Hay unas líneas que, en mi opinión, fundamentan
el rechazo de todos ellos a la literatura de propaganda, como comenté antes:
“Nuestra
oposición al arte de propaganda era una manera de afirmar la libertad de la
literatura. Así lo sentimos y lo entendimos todos los que formábamos el consejo
de la revista Taller. Probablemente los comunistas veían en esta actitud sólo
una posición táctica transitoria. Pero para los otros –Sánchez Barbudo,
Quintero Álvarez, Solana, Gaya, Gil-Albert y Vega Albela- el principio de la
libertad de creación era esencial” (p. 110).
Es interesante resaltar por qué
desapareció la revista Taller, ya que
era un espacio de libertad y creatividad, promovido por intelectuales de peso.
La verdad nos la cuenta Octavio Paz en el libro. La principal razón fue la
económica, no había forma de financiarla. También influyó el desencanto del
grupo, la desilusión de los creadores de la revista ante los acontecimientos
del mundo que los rodeaba. Las discusiones políticas, la decepción ante la
política de Stalin influyeron, según Paz, en el final de la revista.
Y lo que resulta aún más interesante, el
espíritu de censura que alumbraba el mundo al que pertenecían, tanto es así que
Taller era libre mientras no se
criticase al estalinismo. Así nos lo cuenta Paz:
“En
Taller se podían profesar todas las ideas y expresarlas pero, por una
prohibición no por tácita menos rigurosa, no se podía criticar a la Unión
Soviética. También lo eran los partidos comunistas y sus prohombres” (p.
110-111).
Tras el fin de Taller, nació en abril de 1943 la revista El Hijo Pródigo, donde también colaboró Juan Gil-Albert.
Escribieron en ella los componentes de Contemporáneos,
Taller y Tierra Nueva.
Octavio Paz ya nos cuenta el conflicto
con Neruda, quien se dedicó a injuriar a la nueva revista, ya que Diego Rivera,
que había renegado del trotskismo y deseaba volver al partido comunista
mexicano, propuso difamar a una revista que se alejaba de los presupuestos del
partido comunista.
El escritor mexicano se desligó de El Hijo Pródigo en 1943, aunque la
revista vivió hasta 1946. Octavio Paz se fue de Méjico durante un largo
período, con la intención de ver otros mundos, albergar otras ideas, lejos de
la opresión en la que se hallaba en Méjico (una censura velada, pero censura,
al fin y al cabo, como vimos al no poder hacer crítica de la Unión Soviética en
las páginas de Taller).
4.2. ALGUNOS TEXTOS DE JUAN
GIL-ALBERT EN LA REVISTA TALLER Y EN OTRAS REVISTAS DEL EXILIO MEXICANO.
Los
primeros textos de Juan Gil-Albert en la revista Taller son anteriores a su llegada a México. Como dije antes, él
empezó a colaborar desde España, gracias a la relación amistosa que ya existía
entre Octavio Paz y el escritor de Alcoy.
Si llega a México en Junio, el primer
texto que aparece en Taller es de
abril, la razón se halla en la comunicación que se fragua entre los dos
escritores, tanto es así, que Gil-Albert se anticipa a otros exiliados en
colaborar en la revista.
El texto “Elegía a los sombreros de mi
madre” aparece en el número II de la revista, en abril de 1939. La belleza de
este pequeño estudio donde Gil-Albert plasma su mundo estético ya nos sorprende
gratamente. Sí es cierto que se trata de un texto que no da respiro al lector y
que le empuja a un pasado, a un mundo que ya es sólo un espacio hermoso en el
recuerdo. Gil-Albert escribe sin tregua, no hay puntos y seguidos, sino comas,
que hacen de este texto una larga enumeración de su estética:
“los pájaros del otoño del otoño se posan
sobre el látigo, tu sombrilla es un arpa, y no existe manguito de nutria más
dadivoso, que los corderos del hospicio nos traerán relojeras desde el fondo
del mar…” (Taller, II, pp. 43-62).
Hay que reconocer que el escritor alcoyano
parece embriagado de surrealismo, porque el texto combina imágenes muy
variadas, extrañas mezclas, como si hubiera estado poseído por la escritura
automática.
Si
la miel de la madre le destila en los párpados es porque el escritor añora su
presencia, su porte, su elegancia, en un tiempo ido para siempre, de veladas de
ópera, de fiestas.
De los primeros textos, insertos en el
número de Taller citado (“Elegía a un
secreto”, “Elegía a un efímero abrazo”), me gusta, especialmente, el titulado
“Elegía a mis manos de entonces”, donde el escritor alcoyano muestra su
sensibilidad, su gusto por lo sensual, dejando que las manos sean la muestra de
su encantamiento por la belleza del mundo. Son las manos afán de
descubrimiento, palmeras abiertas al mundo de la Naturaleza, que, en su ascenso
del día, le cobijan con ternura:
“Mirad
mi ya lejana petulencia ¡cuán gentil!, con su nariz altiva como el oro, los dos
hermosos arcos vanidosos, y mi pelo corintio… ¡Ya os he llamado, oh graciosas
maneras de florecer mis brazos, fieles antenas del cerebro, mecanismo divino!”
Pero son también “formas finitas leves”,
son “alas”, que han tocado la tierra. Como podemos ver, Gil-Albert utiliza el
lenguaje cuidado y esmerado, lejano del que están utilizando muchos otros
poetas, totalmente influidos por la ideología.
Y apareced un largo texto “Elegía a una
tarde purísima”, que lleva como subtítulo “Homenaje a Lucrecio”, donde el escritor
alcoyano nos regala páginas inolvidables, plenas de la emoción del hombre
deslumbrado que, al mirar al paisaje, descubre el mundo, como si
fuera la primera
vez, con ojos de niño, pero con manos de artista: “He aquí
la calma hecha ya momento inquebrantable. Puede uno moverse por ella, como el
dedo en la arena, como el ala en el aire, así es de inmensa. Bajar al jardín es
oír el concierto de las gruesas arterias curvadas en cayados, de las potentes
venas que rumorean como entre guijos, el aria inaprensible de nuestro nombre
único”.
Dirá cosas como: “la seda es patricia en mi
cuerpo y tiembla sutilísima sobre mi pecho como el alma de un ánade blanco”.
Nadie puede negar que Gil-Albert no es un
esteta que entiende el mundo desde la belleza, desde la contemplación serena y
sensible del mundo que lo rodea, en una especie de “Beatus Ille” permanente.
La quiebra que supone el hombre entre la
paz de la Naturaleza queda clara en estas palabras del escritor alcoyano:
“Las
heces fecales del hombre han mancillado la impoluta eucaristía. Incorporado
estoy, el aire para mis entrañas arrugadas, los montes son trompetas…”
La naturaleza es hermosa, sin embargo, el
hombre no ha sabido respetar su belleza y ha mancillado todo lo bello que ésta
contiene, a través de la guerra, la religión, el mismo Estado. Hay en esta
postura de Gil-Albert un anarquismo necesario en un mundo convertido en miseria
por la locura humana.
Ya en México, en noviembre de 1939,
aparecen nuevos escritos de Gil-Albert en el número VI de la revista Taller. Los textos que contiene este
número son El lugar, dedicado a José
Bergamín y La muerte.
En el primero, el escritor alcoyano habla
del paisaje levantino, el que tanto ha amado durante todos esos años en que
recorrió la huerta, embebido de la luz mediterránea. Pero no olvida los montes,
que ofrecen su majestuoso espacio a los ojos del poeta:
“El
paisaje es el característico de esta zona mediterránea del interior: montes
oscuros de maleza de pino cierran por ambos lados el valle, en cuyo fondo, las
ciudades huertas desaparecen entre los amplios trigos a los que hemos visto
verdes cuando nuestra llegada, con profusión de frescas amapolas y otras
minúsculas floraciones de junio, y hoy completamos marchitándose, oscureciéndose
en fantasmales túmulos pajizos alineados sobre el claro rastrojo” (Taller, nº
IV. Noviembre de 1939, pp. 48-55).
También retrata en este interesante texto
el mundo de los campesinos, su labor diaria, la cual nos recuerda a la
percepción de Azorín de esos pueblos donde el tiempo no existe, yace muerto en
los rincones de las calles, donde las enlutadas van dejando su absorto mirar
hacia el vacío de las horas yertas:
“Por
aquí ha vivido estacionado el tiempo, discurriendo por su cauce como la enervante
imagen de la monotonía. Las familias de campesinos que asisten como impasibles
a la marcha de los acontecimientos y cuyos santones yacen en los suntuosos graneros
vueltos hacia la
pared, nos hablaron alguna tarde rompiendo su hermetismo habitual, del
cura montaraz y cazador, de sus frescas cámaras abiertas sobre el río, y de su
huerto, sobre todo de su huerto, del que parecen haber retenido la visión
deleitosa, apagada bruscamente para el resto de los hombres”.
En ese ámbito, donde la vida se
estaciona, se vuelve a la Naturaleza en su mayor esplendor. Gil-Albert nos
regala hermosas imágenes como la que sigue sobre las higueras: “La jornada
había sido calurosa y las higueras que crecían
abrazadas a nuestras paredes retenían en sus hojas el sopor”.
No hay duda de la serenidad que el
escritor nos aporta, del esteticismo que late en sus páginas.
“La muerte” es el otro texto, la imagen
del camposanto nos habla de un mundo donde la muerte está presente, es telón de
fondo de las vidas de los habitantes, entra de lleno en sus caminos. La
crueldad de los enterradores se pone de manifiesto cuando saltan sobre el
féretro, se descubren los cráneos que llenan el lugar, el poeta siente el peso
de un mundo horrendo que lo rodea implacable. Cito unas líneas del texto que,
espero, sirvan para mostrar el duro relato que hace Gil-Albert:
“Todo
sucedió rápidamente, pero el alma desde no sé qué profundidades se apretaba a
mí con una vieja inquietud que parecía reavivarse. Vi cómo uno de los
enterradores, para afianzar al muerto en el seno de la tierra, saltó sobre él,
lo que hizo que la caja resonara extrañamente cercana y hundida. Aquellos
hombres bromearon en su lengua, y comprendí que aludían a alguna cosa terrible.
Miré en torno al hoyo y lo que había creído piedras o tubérculos terrosos
propios del abandono de aquel bancal, eran cráneos, ya perfectamente limpios y
comidos, que el azadón había devuelto a la luz, al abrir para aquel que llegaba
una zanja nueva”.
Esas imágenes pesan sobre el poeta, nos
hablan del dolor, no queda lejos el espectáculo de la Guerra Civil y el
escritor alcoyano se sobrecoge por tanta crueldad humana, por tanto delirio. Es
consciente de que la Naturaleza es el único espacio que queda para poder gozar
la vida, lejos del camino de los hombres.
No hay que olvidar en Gil-Albert su labor
de traductor, así lo demuestra en el texto “De Hiperión a Belarmino”, donde el
gran escritor alemán Fiedrich Holderlin nos deja imágenes de gran belleza que
el escritor alcoyano sabe dar forma en castellano:
“Y
así me abandonaba cada vez más, y quién sabe si hasta demasiado, a la feliz
naturaleza. ¡Ah! ¡Cómo hubiese deseado volver a mi niñez para sentirme aún más
cerca de ella, cómo hubiera querido saber menos cosas y transformarme, para estar
junto a ella, en un puro rayo de luz!” (pp. 30-36).
Al leer las palabras de Holderlin parece
que nos hallamos ante la estética de Gil-Albert, ante su visión del mundo, ante
su arrobamiento hacia la Naturaleza, fiel confidente del poeta alcoyano y del
escritor alemán.
El texto pertenece al número diez de la
revista Taller, publicado en
marzo-abril de 1940. En el número XI de
la revista Taller, perteneciente a
julio y agosto de 1940, hay un interesante artículo de Juan Gil-Albert sobre
Emilio Prados, titulado “Emilio Prados de la “Constelación Rosicler””, donde el
escritor alcoyano nos recuerda que significa “rosicler”. Se trata del nombre
que el poeta Juan Ramón Jiménez dio a cuatro artistas del verso llamados
Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre y Emilio Prados.
Gil-Albert pasa luego a hablar de Prados,
de su maestría como poeta, de su técnica indudable, etc. Para el escritor
alcoyano, Prados representa el misterio, la luz de una tierra llena de belleza,
de un paisaje que sobrecoge el ánimo, pero también la melancolía, la búsqueda
de verdades entre espacios de sombras:
“Un
poeta, ¿por qué no? –dejemos a un lado la tristeza inefable, la melancolía, lo
inasible del “tiempo que pasa”, ese tema tan anacreóntico y tan de nuestro
tiempo- de realidades: las rosas, las muchachas, los mancebos, el vino”.
Prados es el poeta que en México iniciará
un camino misterioso, ensimismado, que, para Gil-Albert, significa la
genialidad, porque todo cambia cuando Prados pasa por las calles, tal es el
suntuoso aroma que transmite su profundo acontecer poético, su figura
desgarrada de hombre andaluz:
“Esto
aparte de que cuando Emilio Prados se para ante unas aguas que lo reflejan
–veáse el significativo poema “Ignorada presencia”- estas aguas no son las de
una fuente cristalina, ni las de un remanso, sino lo que es completamente
revelador, las de un pozo”.
Esto quiere decir que en el escritor
malagueño todo se ahonda, hasta penetrar en las cosas, su mirada está llena de
luz y contagia el mundo que lo rodea.
Termina aquí esta colaboración (salvo
algunos poemas que no he comentado, para dedicar un apartado mayor a su libro
en el exilio Las ilusiones) de Juan Gil-Albert con la revista Taller, una revista que, como dijo
Octavio Paz, marcó una línea a seguir por publicaciones posteriores.
4.3. OTRAS REVISTAS EN LAS QUE
COLABORÓ JUAN GIL-ALBERT EN MÉXICO
4.3.1. LETRAS DE MÉXICO
Juan Gil-Albert colaboró también en otras revistas
publicadas en México, una de ellas fue Letras
de México, en la cual el escritor alcoyano publicó un artículo titulado
“Los Místicos”. Menciona las figuras de Fray Luis de León, de Santa Teresa de
Jesús y de San Juan de la Cruz. Al igual que se reflejó en su libro Los Arcángeles, la figura del hombre encerrado
en su celda, nos recuerda a San Juan de la Cruz y podemos ver la pasión que
anida en las líneas que siguen ante la figura de los carmelitas:
“No
conozco poesía más desvelada, más al desnudo, más palpitante y humana, menos
abstraída de amor, que la de algunas estrofas de estos dos carmelitas
descalzos, Santa Teresa y San Juan, pareja cumbre española de nuestro
misticismo entrañable” (Letras de México, vol. III, nº 13, 1942, p. 3).
Y no olvida el escritor de Alcoy la figura
de Fray Luis de León, tan cerca de su espíritu sosegado, tan próximo a ese amor
por la Naturaleza que le hace vivir el ocio como necesidad y como virtud. Fray
Luis es, sin duda, un ejemplo esencial en su poesía y en su estética vital:
“Es
un espíritu aristocrático que ama el aislamiento y la soledad. El mundo con sus
gustos, sus vanidades y su apetencia de oro, parécele una dicha ínfima a la que
aspiran denodados, en sus fatigantes luchas, los hombres vulgares”.
También señala la diferencia entre Fray
Luis y Santa Teresa y San Juan, se trata del cansancio que aquel siente ante el
mundo, lo que le hace preferir el encantamiento de la naturaleza, en la senda
de los clásicos latinos. Sin duda, la preferencia por Fray Luis es evidente en
la página que cito:
“Él
es también, por tanto, el más perfecto de los tres. Una perfección que no
menoscaba su sencillez, ni su espontánea manera de decir, como cuando se
expresa, con respecto a los rumores del campo, con palabras tan cordiales como
estas: “Los árboles menea / Con un manso ruido”.
Para Juan Gil-Albert la poesía y la
figura de Santa Teresa no entiende el alto sentido del lenguaje de Fray Luis,
sino que navega en lo más popular, no exento, por ello, de intuición y gracia.
Merece la pena también detenerse en la
imagen de San Juan de la Cruz, el escritor de Alcoy penetra en su música
callada, en el alto vuelo de su voz mística:
“En
San Juan de la Cruz, todo parece haberse hecho carne de sí mismo, el mismo amor
divino se hizo carne en él, y por eso en los balbuceos de sus versos no hay
idealización ninguna…”
Se refiere a las palabras hechas carne y
sangre, ya que el poeta místico vive el dolor, conoce la soledad y el
aislamiento y hace de su poesía inefable todo un manifiesto de humanidad.
Hay otro interesante estudio de Gil-Albert
en la misma revista, publicado en el volumen X, el nº 31, en enero de 1946.
Aquí hace mención de la obra recogida de Gerard de Nerval, poeta que, influido
por el mundo romántico, se suicidó. Pasó varios años visitando psiquiátricos,
ya que sufría diversas dolencias mentales. Su atormentado espíritu nos dejó una
poesía apasionada y muy interesante.
Juan Gil-Albert lo ve próximo a sí mismo,
como si resucitase su imagen, compuesta del dolor que ha dejado en su obra. El
interés del poeta alcoyano por Nerval nace, sin duda, de su extravagancia, de
su singularidad:
“Extraña
figura a la que podemos amar y comprender como a un compañero de profesión los
poetas de hoy, como si acabáramos de separarnos de él en un café o hubiéramos
asistido juntos a algún concierto”.
Se refiere luego al mundo que dejó
Nerval, el de los teatros, la ópera, las actrices y los cantantes, etc. Para
Gil-Albert, conocedor de un mundo fastuoso que sirvió de magnífico escenario en
su Crónica General, la vida de Nerval
le conduce al mejor de los tiempos, al espacio del lujo y de la vida bohemia.
Lo llama “abuelo juvenil”, como si Nerval fuera un ser de su tiempo, un hombre
más joven, por su rebeldía vital, que muchos de los que lo rodean:
“Abuelo
juvenil que nos ha transmitido la herencia de sus sinsabores a través de sus
hijos los simbolistas y del surrealismo de sus nietos”.
Para Gil-Albert, Nerval representa, en su
siglo XIX, el mundo profano, que, al igual que en la Edad Media triunfaron los
santos, necesita comunicarse con los
poetas del siglo XX que han entendido que la verdad se halla en la rebeldía
ante el mundo, ante las vanidades ilusas que nos envuelven todavía.
4.3.2. EL HIJO PRÓDIGO
Logra Juan
Gil-Albert participar en otra revista, El
Hijo Pródigo, donde podemos ver artículos interesantes, como el que señala
José Carlos Rovira en su libro sobre el escritor alcoyano, publicado por la
Caja de Ahorros Provincial de Alicante en 1991.
Se trata del artículo titulado “Aldonza
Lorenzo” y nos recrea el mundo del Quijote cervantino. Para el escritor
alcoyano, la Dulcinea del Quijote tiene la talla de otras enamoradas de la
literatura europea, como la Beatriz de Dante. El mejor espíritu español habla
en la prosa de Gil-Albert cuando dice lo que sigue:
“Pues
si dejamos caer junto a los suyos, en el grupo de esas radiantes criaturas
amadas (se refiere a Beatriz, Margarita, Julieta), el nuestro, el de nuestra
Aldonza, veamos cómo algo sucede de extraño e inquietador, un desajuste, un
como no poder estar allí, junto a los otros; un mundo distinto se nos revela y
con él también la inquietud y la extrañeza de lo nuestro, de nuestro sentir, de
nuestra procedencia”.
Sin duda, Gil-Albert conoce el profundo
amor por la tierra y su literatura, la cual no es inferior a ningún otra, tiene
la altura de las más grandes.
Para no extenderme demasiado, cito las
última líneas de este artículo, donde reconoce el escritor, la huella que deja
una mujer que, nacida de la maestría literaria de Miguel de Cervantes, pasa a
nuestra realidad y nos hace convivir en nuestro fuero interno con su imagen
idealizada e inolvidable:
“Y
si, a pesar de todo, con nuestro fardillo a cuestas, la tal moza manchega sigue
siendo en lo más íntimo de nuestro querer, la sin par Dulcinea del Toboso,
habremos llegado a la cima del sentir español, de su realidad y de su
encantamiento”.
Bello final para este artículo que he
resumido y donde la figura de Aldonza Lorenzo trasciende su humanidad de
aldeana para equipararse, por mérito propio, con las grandes mujeres de la
ficción: Julieta, Margarita o Beatriz, tan cerca de todas ellas por la pluma de
nuestro maestro Cervantes.
4.4. LA REVISTA ROMANCE: LAS
CRÍTICAS DE CINE DE JUAN GIL-ALBERT EN MÉXICO
La revista Romance
se empezó a publicar en México el 1 de Febrero de 1940 por un grupo de
exiliados españoles. La idea de fundarla partió de Juan Rejano, con la ayuda
del novelista mexicano Martín Luis Guzmán y el editor Rafael Jiménez Siles. El
comité de redacción estaba formado por Miguel Prieto, Antonio Sánchez Barbudo,
José Herrera Petere, Lorenzo Varela, Adolfo Sánchez Vázquez y Juan Rejano, que
fue además su director durante su primer período.
Sigo, en los comentarios a este apartado,
el interesante prólogo de Juan Cano Ballesta del libro La mentira de las sombras, editado por Pre-Textos con la
colaboración del Instituto Alicantino Juan Gil-Albert en el año 2003.
Cano Ballesta nos cuenta que en los
veinticuatro números de la revista, en la última página de cada uno, se publicaron
comentarios y cortas reseñas de películas que aparecían con frecuentes
ilustraciones o fotogramas importantes.
El problema radica en que la firma de
Gil-Albert aparece sólo en tres números, pero críticos importantes piensan que
detrás de las otras reseñas está la firma del escritor alcoyano (salvo José
Carlos Rovira, que niega la participación de Gil-Albert en la revista).
Juan Cano Ballesta, en el citado prólogo,
defiende la autoría de Gil-Albert en las reseñas cinematográficas de la revista.
Lo argumenta a través de varios detalles que confirman que el lenguaje de las
críticas es suyo, lo hace también a través de las iniciales que aparecen en el
quinto número, por ejemplo, J.G.A.
De hecho, en el cuarto número aparece la
firma de Juan Gil-Albert en la reseña. En otras reseñas, se puede hablar de
conjeturas, como el rechazo al cine de color, que bien pudiera ser del escritor
o de algún otro pensador que mantuviese las mismas ideas.
Las únicas reseñas firmadas por el
escritor alcoyano fueron del 15 de marzo, del 1 de abril y del 15 de abril de
1940. Para Cano Ballesta son
esclarecedoras las palabras de Manuel
Andújar, el cual consideraba que Gil-Albert era el autor de las reseñas, ya que
Andújar sí estaba allí para corroborar semejante afirmación.
Pero también las palabras de César Simón,
ya enfermo, el 10 de julio de 1997, a través de una larga conversación
telefónica, el cual afirmaba que, tras leer las reseñas que aparecían en la
revista (Cano Ballesta se las había enviado semanas antes), confirmaba que sí
eran de su querido primo Juan Gil-Albert. Detalles como la mención en alguna de
las figuras de Marcel Proust y André Gide o la expresión “asistimos a” eran,
claramente, del escritor alcoyano. También la predilección por la actriz
norteamericana Bette Davis y por el cine francés en detrimento del
norteamericano.
Cano Ballesta pasa a explicar en la
introducción detalles de esta adscripción a Gil-Albert de los artículos de cine
de la revista. Pero, para no explayarse en ellos, resumo las conclusiones a las
que llega Cano Ballesta antes de pasar a comentar alguna de las reseñas que más
me gustan:
“La
alta estima de la sensibilidad, la inteligencia, lo artístico y lo poético como
máximos valores, la búsqueda de un vocabulario que exprese su finura de juicio
y el gusto por el matiz –visibles en toda su producción- se percibe en
numerosos textos de estas reseñas y es el sello inconfundible de Juan
Gil-Albert” (p. 46).
Es cierto lo que dice el crítico, ya que
en las reseñas aparecen muchas palabras que se identifican con su forma de
entender el arte, también la mención a la gracia poética o al ocio, son sellos
inconfundibles de su estilo literario.
Para terminar este apartado, voy a citar
alguna de ellas, donde podemos ver con qué delicadeza se muestra la crítica,
como estética inconfundible de la que mana, la que yo llamaría, la prosa
poética del escritor:
Romance, 1 de febrero de 1940:
Romance, 1 de febrero de 1940:
Cumbres
borrascosas, tratada en ocasiones con demasiado sentimentalismo, es, por encima
de su defecto principal, una película maravillosa, cargada de misterio poético,
de romanticismo sin sospecha.
El paisaje, el argumento, los actores,
aparecen compenetrados y le dan a la película la unidad de espíritu y acción,
de realización que con tanta frecuencia echamos de menos en el saqueado séptimo
arte. Casi toda la acción transcurre en sombras, en una semioscuridad que la
técnica consiguió con soltura y pone un fondo nocturno a las pasiones,
haciéndolas llegar a nosotros como envueltas en la penumbra de la leyenda que
inspiró la obra.
Como vemos, hace alusión a “misterio
poético”, lo que confirma la idea de estar escritas por un hombre arraigado al
mundo literario.
Cito, a continuación, otra reseña donde el
escritor alcoyano diferencia el cine francés del cine americano, a favor del
primero. Esta preferencia era manifiesta en opiniones que él dio a lo largo de
su vida y que aquí se constatan con las palabras que siguen:
Romance nº 9- 1 de junio de 1940,
p.24.
“Última
juventud”
Una cinta francesa suele cautivarnos
siempre por el ingenio, la ironía, y los matices humanos, que rara vez
encontramos en el cine americano. En “Última juventud”, a pesar del gran actor
que es Raimu, y de que el guión y el diálogo tienen como siempre aciertos indudables,
no hay, sin embargo, o por lo menos no están totalmente conseguidas, esas
cualidades a las que nos referimos. La película resulta pesada en algunos
momentos por un exceso de “raimunismo”, que resta agilidad a las escenas y, por
lo tanto, calidad cinematográfica a la película. El tema de los últimos
arrebatos de un viejo adinerado, su lucha contra la soledad y el aburrimiento,
el último aliento corporal de una vida en declive, motiva el argumento de la
película.
Recojo también una crítica (hay dos durante
la existencia de la revista Romance)
a Chaplin y su famosa película El gran
dictador, verdadero alarde de genialidad, como todos sabemos. También hay
que destacar que Gil-Albert había mostrado ya su predilección por Chaplin, lo
que contribuye a fundamentar la autoría del escritor alcoyano de las reseñas de
la revista.
Por ser muy extensa, cito algunas líneas
destacadas de la misma:
Romance nº 20- 15 de enero de 1941,
p. 24.
El
gran dictador:
“Chaplin,
el poeta de la mirada profunda, de la melancolía incurable, de los exquisitos
modales, encarna la figura del canciller Hynkel sin eludir el riesgo que supone
la inmersión en el lago cenagoso y escalofriante, lago totalitario, es decir:
estancado y corrompido, que ha de ser el alma de un Dictador. Tal vez,
acobardado ante la perspectiva de un baño en turbia laguna, haya momentos en
que no parezca decidido a mojar la punta tímida y retozona de su pie desnudo”.
“A
medida que el Dictador va tornándose de “grande” en minúsculo y de super-hombre
da en infra-títere, Charlot desciende, de los cielos que habitara, a ser, sobre
la faz de la tierra, un hombre; nada menos que todo un hombre”.
“Charlot
se dirige a todos los hombres como un hombre sencillo y emotivo. Sus hermosas
palabras están quizá muy lejos de las que hubiera pronunciado aquel muñeco mudo
y sobremanera tímido de los primeros tiempos del cine. No son las palabras de
un ente ficticio. Son las palabras de un hombre –Charlie Chaplin- que ha tenido
en estos tiempos de ahora la difícil virtud de no haber podido contenerse”.
Como vemos, la admiración es evidente,
Gil-Albert sabe que Chaplin ha trascendido su personaje cómico para encarnar al
hombre acorde a los tiempos difíciles que le tocó vivir. La denuncia, necesaria
y, además, valiente (ya que la película se rodó en plena Segunda Guerra
Mundial), nos muestra la honestidad del genial cómico inglés.
Me gustaría terminar este pequeño apartado,
recordando que Gil-Albert escribió un libro titulado Contra el cine, que apareció en la editorial Prometeo en una
colección que dirigió Pedro J. de la Peña. En los artículos que aparecen en
estas largas reseñas, escritas ya en los años cincuenta, es decir, en su
regreso a España, Gil-Albert selecciona y habla del cine con cierto interés,
pero nunca con el apasionamiento que siente por el teatro o por la pintura.
Sí celebra, con pasión, la obra de
Visconti, porque supone un ejercicio artístico mayor que el del cine, sobrepasa
la ficción para penetrar en el alma del que mira las películas, como cuadros que
no han de morir. Es, en cierto modo, una excepción, ya que el cine, la mayoría
del mismo, no se libra de la crítica que hace el escritor alcoyano a sus
notables defectos, si lo comparamos con los otros artes.
En el primero de los capítulos, escrito en
enero de 1955, Gil-Albert alude al cine como entretenimiento que no llega a
apasionarlo, como sí lo hace la novela o el teatro.
Cito unas líneas iniciales que pueden
servir de muestra:
“Acabo de ver La ley del silencio. Veamos si ha llegado para mí el momento de
aclararme lo que me ocurre con el cine. El cine no me interesa, pero tampoco me
distrae” (Contra el cine, Juan Gil-Albert, editorial Prometeo, Valencia, 1974,
p. 11).
No sólo dice esto, sino que habla de la
mentalidad de niño, para adentrarse en lo cinematográfico, dejando a un lado al
adulto, desarropándose de la cultura y su bagaje, para enfrentarse a la
simpleza de las películas. De hecho, es duro con el séptimo arte cuando dice:
“Al
cine no se puede ir más que con una mentalidad cinematográfica, que es la
“espécimen” de mentalidad más anormal que haya podido prosperar; es una
mentalidad de niño con todas las perversiones adultas o, al revés, una
mentalidad adulta con todas las insuficiencias infantiles”(p. 11).
He expuesto estas palabras de este libro,
para entender que nunca fue, para el escritor alcoyano, un arte fascinante,
sino una rareza a la que miró con distancia, porque no pertenecía a su mundo,
más clásico y apegado al XIX que al siglo XX.
Termino así este apartado, recordando que
la revista Romance fue un buen medio para experimentar su curiosidad por el
cine y que muchas de las reseñas nos desvelan una pluma literaria, que, por su
estética, puede ser la de Gil-Albert, pese a las dudas que críticos y
estudiosos de su obra han planteado sobre la autoría de las mismas.
CONCLUSIÓN
La labor en las revistas de México son un
camino fundamental para conocer la literatura de Juan en el exilio, su
preocupación por la cultura, su implicación con los escritores del país y la interesante
aportación a una época y a una cultura que supo acoger a los españoles
exiliados tras la Guerra Civil. Desde la relevancia cultural del país mexicano,
Gil-Albert supo adaptarse a través de la colaboración en las revistas a un país
que acogió con los brazos abiertos a nuestros exiliados.
Ponencia de Pedro García Cueto dada el 5 de abril de 2019 en la Sede de la Universidad de Alicante, Sala Miguel Hernández
Ponencia de Pedro García Cueto dada el 5 de abril de 2019 en la Sede de la Universidad de Alicante, Sala Miguel Hernández