lunes, 8 de abril de 2019

Los homenajes a Juan Gil-Albert: un tributo necesario a su obra. Por Pedro García Cuerto

                                       (Pedro García Cuerto. Alicante. foto de Palmeral abrl 2019)








Los homenajes a Juan Gil-Albert: un tributo necesario a su obra


PEDRO GARCÍA CUETO
Homenaje juan gil albert 
Los homenajes a Juan Gil-Albert han sido muchos en los últimos años de su vida. En especial, me parecen muy importantes aquellos que le han concedido diferentes revistas e instituciones. Me refiero a las siguientes: la revista L’Arrel que la UNED dedicó al escritor alicantino en Elche en el verano-otoño de 1981, la revista Calle del Aire que en 1977 sacó un número homenaje a Gil-Albert en Sevilla, la revista La Casa del Pavo que el 14 de abril de 1983 dedicó en Alcoy un número dedicado al escritor, con diferentes y muy interesantes artículos sobre su figura y su obra.
Y tampoco hay que olvidar a Cartelera Turia que dedicó un homenaje al escritor en diciembre de 1984 en Valencia. La última revista que es necesario mencionar es El Mono-Gráfico, publicación dirigida por el poeta, profesor y crítico Pedro J. de la Peña, que fue, como ya sabemos, gran amigo del escritor de Alcoy.
Como podemos ver, hay una variada muestra de homenajes, desde que la prolífica obra del escritor empezó a ser reconocida públicamente.
Voy, por tanto, a seleccionar algunos de estos homenajes, centrándome en tres revistas: El Mono-Gráfico, La Casa del Pavo y la revista L’’Arrel de la UNED.
No voy a hacer mención, sin embargo, de la revista Calle del Aire o de Canelobre, ya que he citado y comentaré (en la parte dedicada a la poesía) a lo largo de mi tesis doctoral diferentes artículos de ambas revistas, concretamente los firmados por Pedro J. de la Peña, Guillermo Carnero, José Luís García Martín, Alejandro Amusco, Rosa Chacel y Carmen Martín Gaite, entre otros muchos.
Por ello, he decidido centrarme en las tres revistas citadas, dejando a un lado el artículo de César Simón: “Juan Gil-Albert: a modo de semblanza” comentado en el apartado anterior, aunque pertenece a un estudio aparecido en El Mono-Gráfico, en 1991.
Comienzo esta selección a los homenajes a Gil-Albert por la revista que le ha dedicado el tributo más reciente, me refiero a El Mono-Gráfico y a dos interesantes artículos, el que escribió el que fue decano de la UNED y hoy profesor de dicha universidad José Romera Castillo y el que nos ofreció Pedro Gandía Buleo acerca del componente amoroso en la obra del escritor alicantino.

 


La revista El Mono-Gráfico.
Junto a Juan Gil-Albert: una certera visión de José Romera Castillo

Este artículo titulado “Junto a Juan Gil-Albert” por el profesor de la UNED José Romera Castillo merece nuestra atención por la profundidad psicológica que demuestra el profesor Romera al analizar la obra del escritor alicantino.
Al principio del artículo nos habla de su descubrimiento de Gil-Albert. Se refiere a su llegada a Valencia, a principios de los años setenta y la entrada en su universidad. Allí frecuentó Romera a buenos amigos como Pedro J. de la Peña que le pusieron en contacto con el escritor alicantino y con su obra.
José Romera acababa de terminar sus estudios en la Universidad de Granada y el nombre del escritor de Alcoy no le era, por entonces, conocido.
A través de la antología de su poesía Fuentes de la constancia que acababa de publicarse en Barcelona, Romera empezó a conocer a Gil-Albert.
Nos preguntamos: ¿qué le interesó a Romera del escritor alicantino? Él lo dice muy claro en su artículo: “Junto a ese descubrimiento esencial, hubo otros valores añadidos que despertaron en mí una cierta curiosidad por el personaje: su compromiso político y su situación de exiliado en el tiempo” (José Romera Castillo, 1991: 65).
Pero hay algo muy destacable que cita Romera: “su peculiar manera de ser” (65). Se refiere, sin duda, a la condición homosexual de Gil-Albert, lo que le había hecho permanecer al margen de la literatura que triunfaba en la dictadura franquista.
El profesor Romera centra nuestro interés sobre la naturaleza de un hombre en un período realmente difícil para poder expresar tal esencia públicamente. Nos habla también de su encuentro con el escritor alicantino: “En consecuencia, mi relación personal con nuestro autor no fue muy estrecha –por ejemplo, no frecuenté su domicilio de Taquígrafo Martí– pero, desde siempre, tanto la figura física del escritor (la agudeza de sus ojos, fuertemente protegidos por aquellas gafas de concha, la configuración de sus manos, el tono de su voz) como la brillantez de su discurso despertaron en mí una atracción irresistible” (José Romera Castillo, 1991: 65-66).
Lo más interesante del análisis del profesor Romera sobre el escritor es su profundización en el componente autobiográfico que tuvo su obra. Por ello, Romera nos habla de la importancia del yo, antes de adentrarse a juzgar la obra de Gil-Albert: “La mejor obra de un autor –como con razón se ha postulado– es su propia vida; vida que queda plasmada, a veces, en la escritura autobiográfica, una narración del yo frente a la narración de lo(s) otro(s)” (José Romera Castillo, 1991: 67).
Con esta premisa, Romera se lanza a desentrañar qué es importante en la obra del escritor y lo hace a través de la diferenciación de tres tipos de textualidades: la ficticia, la intimista y la mixta. El profesor Romera explica cada una de ellas, para ubicar mejor la obra de Gil-Albert en una de las tres.
Si la literatura ficticia es, para Romera, aquella en que “el yo, sin referente específico, no es asumido existencialmente por ningún narrador o personaje concreto” (José Romera, 1991: 68); la obra de Gil-Albert no parece encajar en esta tipología, ya que toda ella, como ya hemos visto, esta inmersa en lo autobiográfico, en lo que el escritor ha vivido y nos cuenta de primera mano y en su intención, no olvidemos esta última palabra, de contarlo a su modo, con digresiones sobre diferentes temas, pero aportando siempre su experiencia sobre la historia que nos relata.
Descartada, por tanto, el texto ficticio, cabría pensar en la tipología intimista o en la mixta. Sobre la mixta se pronuncia Romera de la siguiente manera: “y, finalmente, una mixta (en la que se mezclan las dos tipologías anteriores, como son los relatos autobiográficos, líricos o personales)” (José Romera Castillo, 1991: 68).
En lo que respecta a este tipo de texto mixto no parece estar muy convencido de la pertenencia del escritor al mismo. Por lo tanto, es necesario conocer su opinión sobre la tipología intimista, dice así: “en la que el yo del autor tiene una presencia destacada en el texto, al identificarse autor-narrador-personaje en un mismo actor-actante del relato, según la terminología greimasiana” (José Romera Castillo, 1991: 68).
Si analizamos la obra del escritor de Alcoy es ésta, sin duda, su tipología perfecta, ya que hay una identificación entre lo que escribe y el personaje que aparece en lo narrado. Esta confluencia le lleva a Romera a decir lo siguiente: “Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que la literatura de Juan Gil-Albert es una literatura intimista; es decir, es una escritura autobiográfica, por estar muy vinculada a la historia personal y circunstancial de quien la produjo” (José Romera, 1991: 68).
Hará, después de ello, un repaso a sus obras más importantes para clarificar lo ya dicho sobre el tipo de literatura intimista que representa la obra de Gil-Albert.
En resumen, he seleccionado estas palabras del profesor Romera cuando se refiere a esa polifonía textual que tiene como centro el yo del autor: “Estamos, en suma, ante una polifonía textual en la que el solo del yo gil-albertiano nos subyuga y atrapa, haciendo bueno el dicho de Cernuda: ‘Recuérdalo tú y recuérdalo a otros’” (José Romera Castillo, 1991: 70).
Termina este artículo haciendo mención de otra forma de estar con el escritor que es, como podemos suponer, la participación del crítico y profesor en el Homenaje a Gil-Albert con motivo de su muerte. La mención del trabajo de un alumno de Romera, Alfredo Asiáin Ansorena, titulado “Voz y silencio: reflexiones sobre el espacio autobiográfico de Juan Gil-Albert” sirve también para rendir tributo al escritor de Alcoy. Sin olvidar que en dicho homenaje se incluyó “Polifonía literaria confesional de la España peregrina (con un solo de Juan Gil-Albert)”, artículo escrito por José Romera al escritor alicantino.
Todo ello, nos demuestra que el profesor Romera es un buen conocedor, a través de los textos y también de la percepción de lo humano, de la literatura y de la hondura humana de Gil-Albert.
No importa que no haya tenido el profesor un conocimiento exhaustivo de la persona del escritor si ha podido profundizar en su espíritu, en la necesidad, siguiendo la cita de Cernuda que utilizó Romera, de contar a otros lo que se ha vivido tan intensamente. Fue éste uno de los más importantes legados de Juan Gil-Albert.
 





El conocimiento del no conocimiento por Pedro Gandía Buleo

Con el subtítulo de “El discurso amoroso de Juan Gil-Albert” nos llega este artículo aparecido en El Mono-Gráfico en 1991. Lo que nos interesa del mismo es la visión que Gandía Buleo da del amor y de la figura del amante en la obra de Gil-Albert.
El investigador cita, en estas líneas, algo que resulta significativo: “Gil-Albert tiene vocación de transparencia, la transparencia de la verdad, por esa razón de amor ya apuntada. Su pensar es, ante todo, un descifrar lo que siente” (Pedro Gandía Buleo; 1991: 76).
Nada más exacto que estas palabras, porque el deseo del escritor alicantino es reflejar lo más elevado del ser humano, lo más bello, es decir, sus cualidades sensitivas y emotivas, entre las que se halla el amor.
En sus obras está siempre presente, Claudio ama a Tobeyo, aunque no pueda poseerle, o Richard ama la belleza de Valentín, cuyo resultado es el asesinato por celos. Siempre está el amor detrás de los personajes que crea Gil-Albert, desde el amor apasionado de Richard hasta el amor más mesurado de Claudio.
Por ello, Gandía Buleo dice: “Todo cuanto Gil-Albert conozca será por el amor y todo cuanto amé será por el conocer amando” (Pedro Gandía Buleo, 1991: 76).
No hay que olvidar lo mítico en Gil-Albert, sus novelas buscan el mundo de los dioses, todo lo que escribe es un homenaje a los sentidos y a la belleza que nos proporciona. Por ello, no elude el paganismo, donde la diversidad de dioses ofrecía un mundo más libre que el que resulta al llegar el catolicismo y la creencia en un solo Dios.
Lo que es importante destacar es la fusión de amado con el amante, en un plano místico, siguiendo la senda de San Juan de la Cruz. Al igual que la amada busca al amado en el Cántico Espiritual a través del bosque, los protagonistas de las novelas de Gil-Albert se hallan en lo frondoso, en lo tupido de un bosque, el cual debe ser penetrado para buscar la fusión amorosa.
Considera Gandía Buleo al Tobeyo como el personaje más idóneo para representar al amor como conocimiento: “Es, sin embargo, el personaje de Tobeyo quien configura, de un modo más preciso e insistente la estatura luminosa del amor, del amor como conocimiento” (Pedro Gandía Buleo, 1991: 80).
Acierta el crítico porque Tobeyo representa a la divinidad misma. Claudio, que no es otro que Gil-Albert, le considera un dios.
Hay muchas páginas del Tobeyo o del amor donde puede verse esta idea de divinidad que el joven posee. Cito, entre ellas, la siguiente: “Para Claudio, Tobeyo obró como un hecho vivo en forma humana y que nos revela, con su presencia, una verdad, una verdad plena, y deslumbrante, sin dejar de ser oscura. Por llamarlo con el mismo vocablo favorito de Claudio, un dios” (Juan Gil-Albert, 1990: 83).
Todo lo que Claudio ve le da la certeza de que se halla ante un mito, que le conduce al misterio de la amada Grecia. Pedro Gandía lo manifiesta muy bien, al decir que lo más importante no es el objeto amoroso, sino la elevada comunicación que produce, relacionando al hombre con el universo entero: “Así, para el amante gilalbertiano, ser particularmente reflexivo, lo esencial no es tanto el descubrimiento del objeto amoroso como el haberlo elevado a reflejo de la conciencia celeste, de esa luz que emana de las estructuras del cosmos y, por tanto, de la estructura del microcosmos que es todo ser humano” (Pedro Gandía Buleo, 1991: 81).
El amor, por eso mismo, no se entiende si no nace de una aspiración absoluta que en la filosofía de Gil-Albert excluye lo corpóreo, para centrarse en lo espiritual. No se producen los contactos físicos que hubiesen banalizado dicho amor, sino que Claudio, como Richard, se repliegan en soledad y en su afán de poseer al amado, más allá de los sentidos, en su alma misma.
Destaco también de este interesante artículo unas palabras finales del mismo que me parecen esclarecedoras de todo lo expuesto anteriormente: “A través de Valentín, Miguel y Tobeyo, ‘formas’ en las que se refleja el Hombre Arquetípico como constituyente del mundo espiritual, el amante gilalbertiano, que participa, por la atracción cósmica, de la configuración y determinación esenciales del Ser, del Ser hacia el Existir, se nos presenta como un místico existencialista” (Pedro Gandía Buleo, 1991: 83-84).
Lo que quiere decir es que el amado no puede ser conseguido si no se lleva a cabo la sublimación del amor. El amante se convierte, de este modo, en un místico por la elevada pretensión que le domina. No busca el objeto amado, sino la posesión de ese ser de forma íntegra, es decir, su unión con el universo entero.
Este artículo tiene gran interés porque insiste en la idea del amor, no como algo anecdótico, que aparece en tantas novelas, sino como una fuerza total que busca la plenitud a través del goce espiritual, como los místicos hicieron en el ya lejano siglo XVI.
Termina de esta forma este repaso a los dos artículos que aparecieron en la revista El MonoGráfico, en el número dedicado a Gil-Albert, en 1991.
 


Anthropos
: Juan Gil-Albert: una poética de la anunciación

Con este bello título la revista Anthropos dedicó un sentido homenaje a la figura de Juan Gil-Albert en 1990.
De esta revista han aparecido algunos artículos en mi trabajo, concretamente en el apartado dedicado a la prosa del escritor, he citado “Masculino dual” de Rosa M ª Rodríguez, dedicado al Valentín y a la interesante visión que ofrece sobre el libro.
Citaré también, en el apartado dedicado a la poesía, la visión del tiempo que Teresa Espasa da en su artículo titulado “La fuga del tiempo en Juan Gil-Albert” (Teresa Espasa, 1990: 110-111), o la visión de los arcángeles que Ana Gómez Torres nos ofrece en su artículo titulado “Sobre los Arcángeles de Juan Gil-Albert” (Ana Gómez Torres, 1990: 121-123).
Pero hay otros estudios de indudable interés que ayudan a conocer mejor la calidad humana y literaria del escritor alicantino. De todos los que aparecen en la revista Anthropos he elegido tres: “Vigencia de los mitos en Juan Gil-Albert” de Francisco Brines, “Acerca de personas y personajes que pueblan la casa-mundo” de José Carlos Rovira y “Juan Gil-Albert: los años formativos” de Pedro J. de la Peña. Considero estos artículos de gran valía para conocer más a fondo a nuestro escritor.
 

Vigencia de los mitos en Juan Gil-Albert por Francisco Brines

Francisco Brines se centra en la capacidad mítica del poeta y escribe un artículo realmente brillante sobre dicha condición.
Nos habla el poeta valenciano del anhelo de Gil-Albert por crear un mundo ideal, exento de la tragedia humana: “No se engaña con respecto a su actual verdad; pero hay otra verdad, ésta sí plenamente existente: el deseo del hombre de un mundo mejor. Hay quienes lo anhelan en el futuro; otros lo han visto ya en el pasado. Para Gil-Albert aquella es la mítica edad de oro, la de la sabiduría y felicidad del hombre” (Francisco Brines, 1990: 89).
Es importante esta identificación, porque lo que pretende el escritor de Alcoy es mirar atrás para encontrar una época de dicha y plena libertad.
Brines busca en la poesía de Gil-Albert la presencia de los dioses y la encuentra, sin duda alguna: “Y aparecen en los poemas los dioses con sus nombres y hechos. Cuando cantó al Mediterráneo inició el poema con esta gloriosa advocación: ‘Padre de dioses’” (Francisco Brines, 1990: 90).
Pero no solo aparece lo mítico en la figura de los dioses, también la naturaleza es un lugar idóneo para encontrar al mito y, desde luego, la belleza juvenil: “La divinidad se refleja en la naturaleza. Es ésta una alta y desinteresada pasión del poeta. También en otra fervorosa pasión habrá de encontrar reflejada a la divinidad: en la belleza juvenil” (Francisco Brines, 1990: 90).
Es muy cierto lo que dice Brines, la poesía de Gil-Albert insiste en el elemento bucólico: pájaros, flores, el campo, los naranjos, etc. Todo ello abunda en su poesía, pero también, como vimos en su prosa, la búsqueda de la belleza, así la refleja en la figura de Tobeyo, Miguel o Valentín.
No olvida Brines el esteticismo en la obra poética del escritor alicantino, ese intenso deseo de cantar lo hermoso de la vida, de contemplar el detalle para perpetuarlo en el recuerdo: “El acusado esteticismo del poeta hace que cante la pura complacencia de la belleza como estricta motivación poética” (Francisco Brines, 1990: 91).
La belleza está en todo: en las flores, en las lilas que tan importante fueron en su exilio, en las nubes, en el mar, etc. No hay que olvidar que la capacidad sensitiva de Gil-Albert está unida a la música, a la pintura, artes que también reflejan la belleza. La música de Chopin o Mozart son motivos suficientes para la creación del poema.
La belleza juvenil es otro motivo de creación para el escritor alicantino. Brines lo señala muy bien en este artículo: “Mas en nada se complacerá estéticamente tanto como en la belleza juvenil; sin duda es la más bella apariencia del mundo” (Francisco Brines, 1990: 91).
El contenido del artículo es muy extenso y merecería un estudio más detallado, pero he seleccionado dos ideas que Brines cita en el estudio: la aparición de los mitos bíblicos en algunos poemas de Las Ilusiones y la mitificación de la figura de Cristo.
Estas dos ideas son muy interesantes, ya que el escritor alicantino utiliza los nombres como un recipiente que esconde los mitos juveniles: se refiere, en uno de ellos, a la figura de David, en el poema titulado “Endecha al Rey David” (Juan Gil-Albert, 2004: 292-293). Lo que el poeta valenciano destaca es la figura de David como un adolescente que, tras vencer y dar muerte al gigante, es proclamado rey. Para Brines, esta imagen es más afín a la cultura helénica que a la cristiana: “La elección ha recaído sobre un personaje cuyas vicisitudes más parecen propias de un mito griego” (Francisco Brines, 1990: 95).
Está claro que el rey David tiene mucho que ver con la figura que representan los mitos griegos, es un dios que vence al gigante, en plena juventud y, por tanto, deja de ser pastor para ser rey. Tal hazaña, tan fantástica, es fruto de las leyendas mitológicas. Por ello, Brines considera que Gil-Albert paganiza la figura bíblica.
Es muy interesante la idea de Brines sobre la figura de Cristo: “La paganización de los mitos bíblicos llega, con máxima osadía, a la figura de Cristo. Y nos lo presenta relacionado con el mito primaveral. Es el cuerpo yacente del Jueves Santo, el de un dios encarnado en hombre” (Francisco Brines, 1990: 96).
Está muy clara esta identificación si citamos unos versos del poema “Al Cristo” (Juan Gil-Albert, 2004: 281-282). Dice así: “Estás ¡oh verdadero / Adonis de mis cantos! Entre urnas / de cristal y las luces tenebrarias de la liturgia” (vv. 28-31). No diría “Adonis” si no estuviese pensando en los mitos griegos que tanto han influido en la obra del escritor . Sobre ello, dice Brines: “Así pues, Gil-Albert, al situarse ante el dios hecho hombre, considera a Cristo como mito, y lo ha comparado con otro mito griego, Adonis, que significaba la exaltación vital de la primavera” (Francisco Brines, 1990: 97).
Dicho esto, el artículo del poeta valenciano nos resulta esclarecedor, porque nos hace leer los poemas con atención, profundizando mejor en sus símbolos.
Más allá de lo concreto, Brines relaciona el poema “Himno a Luzbel” (302-305), perteneciente a su libro Los oráculos (Juan Gil-Albert, 2004: 297-312), con un mito más libre que representa la totalidad, la Creación entera: “La capacidad recreadora de los mitos propia de Gil-Albert, se nos presenta, con grandeza, en su “Himno a Luzbel”. Es una interpretación libre, imaginativa, del mito bíblico de la Creación” (Francisco Brines, 1990: 98).
Si citamos unos versos del “Himno a Luzbel” apreciamos cómo Brines acierta en su opinión: “Pecado original de Dios naciste / el día en que su pecho omnipotente/ sintió llegar las ansias decisivas / de su afán creador” (vv. 1-4). Como vemos, es Dios el que crea a Luzbel y, por tanto, exime de responsabilidad al que ha nacido, pues no pecaría de no haber sido creado. La mano de Dios es la ejecutora y, por tanto, la culpable del nacimiento del mal.
Brines lo aclara en estas líneas: “No existe Luzbel, quien nos tienta es Dios, también el supuesto mal: Esta concepción libra de culpabilidad al hombre, le deja inocente. El pecado original del hombre no ha nacido en él, sino en Dios. Se trata de una contrapuesta interpretación de la doctrina de la Iglesia; estamos, de nuevo, ante un canto afirmativo de la vida” (Francisco Brines, 1990: 98).
Queda claro así que Gil-Albert utiliza los mitos bíblicos para crear un mundo nuevo, donde la culpa del catolicismo desaparece y la libertad del ser humano vuelve a sus orígenes, como en la Antigua Grecia, en un mundo poblado de dioses, donde el hombre tomaba contacto con ellos, para fundirse en el Universo.
Ese deseo de Gil-Albert de ir más allá, de no contentarse con el mundo como es, lo ha sabido ver muy bien el que fuera su amigo Francisco Brines en este rico artículo aparecido en Anthropos en 1990.
 

Acerca de personas y personajes que pueblan la casa-mundo por José Carlos Rovira

José Carlos Rovira escribe este interesante artículo sobre los personajes que vivieron en la vida y en la memoria de Gil-Albert.
¿A qué se refiere Rovira con la referencia a la “casa-mundo”? Se trata de un párrafo que apareció en Crónica General, donde el escritor alicantino hace mención de su casa como un mundo, donde son bien acogidos amigos de todo tipo: pintores, escritores, músicos, etc.
Rovira se interesa sobre todo por los personajes que habitan no el interior de un lugar concreto, sino en el intelecto del escritor. Por ello, la casa-mundo a la que se refiere es la de memoria, la de la vasta cultura del escritor: “La idea de mi intervención será bastante sencilla: entre los mecanismos de soledad, en el interior de la casa-mundo-centro de la creación, van apareciendo una infinidad de nombres, auténticos dramatis personae, que son referencias culturales” (José Carlos Rovira, 1990: 75).
Acierta el crítico, porque en la Crónica General los personajes abundan y muchos de ellos tienen su origen en el bagaje cultural de Gil-Albert, de la admiración que el escritor alicantino tiene hacia ellos y no de un conocimiento directo de los mismos.
Para Rovira, la memoria es el origen de esta capacidad de evocar los personajes que ha conocido, aquellos que ha admirado a través de los libros: “La memoria es la que va a determinar siempre la indagación en la representación que Gil-Albert intenta” (José Carlos Rovira, 1990: 76).
Lo que el crítico pretende en este artículo es insistir en la sustitución de la cultura ante la vida. Pone un caso muy claro cuando Gil-Albert visita Venecia con Concha de Albornoz en 1952, ésta le cuenta al escritor que el hotel que tienen ante sus ojos es el mismo que sirvió a Thomas Mann para situar la acción de su famosa novela y donde el director italiano Luchino Visconti rodó la película basada en la novela de Mann Muerte en Venecia. Este hecho sirve para que el escritor alicantino evoque una época no vivida, verdadero escenario cultural que describe con singular belleza. Cito aquí un fragmento de tan bella descripción: “Entonces Magda dijo que éste era el hotel donde Thomas Mann sitúa la acción de La muerte en Venecia. ¡Qué sacudida! En aquellos días, todos los fantasmas prestigiosos que se habían enamorado de la ciudad flotante. Lord Byron y su palco sobre el canal, Wagner y Cósima, Federico Nietzsche sintiéndose, estremecedoramente, Heráclito bajo los pórticos del templo de Éfeso…” (Juan Gil-Albert, 2004: 275).
Como vemos, la cultura está presente, sustituye ésta a la realidad que estaría invadida, presumiblemente, por gondoleros y turistas. Da la impresión que Gil-Albert vio a aquellos personajes al contemplar el hotel donde se sitúa la famosa novela del escritor alemán.
Hay que decir también que el personaje de Magda en Viscontiniana no es otro que Concha de Albornoz, con la que hizo el viaje a Venecia, acompañados de Ramón Gaya.
Para Rovira, la naturaleza es también escenario de cultura, porque el escritor alicantino lo puebla de sus lecturas, de sus referentes mitológicos, de sus gustos artísticos.
Un ejemplo muy brillante que señala Rovira es la identificación de su paraíso natal,
Alicante, con su edén cultural, su verdadera raíz: Grecia. Dice el crítico: “La tierra originaria, Alicante, es evocada una vez, a través de la figura de un carretero, ‘erguido como Atreida’, y la figura, en imagen reiterada, nos lleva otra vez a la experiencia esencial de la infancia” (José Carlos Rovira, 1990: 77). Pero no termina aquí esta identificación porque el color del cielo y de la tierra se extiende a todo el Mediterráneo, evocando a Grecia, recorrido que hizo el mismo carretero de la Antigüedad “erguido como Atreida”.
Como vemos, Rovira insiste en la evocación a través de la cultura, para hacer más bello, es decir, con una clara intención estética, el mundo real.
Cita, en este estudio, muchos de los personajes que directa o indirectamente evoca Gil-Albert en sus libros, desde filósofos (San Agustín, Aristóteles, Platón, Rousseau, Sócrates), escritores (sería exhaustiva la lista), músicos (Chopin, Falla, Mozart, Schubert, Wagner), personajes históricos (Carlos V, Felipe II, Maquiavelo, Luis XV, Luis XVI, entre otros muchos) y actores (Chaplin, Greta Garbo, Valentino).
Hay un último apartado del artículo de Rovira que merece nuestra atención y que insiste en la idea de la casa-mundo del escritor. Se refiere a la unión en el escritor de lo clásico y lo contemporáneo. Por la lista citada (que no pretende ser completa) vemos que aparecen filósofos de la Antigüedad con personajes del siglo XX. Este interés en recorrer el paisaje histórico de muchos siglos es muy habitual en un hombre de gran cultura, en un intelectual de nuestro tiempo.
Por otro lado, Rovira se refiere a esos grandes espacios geográficos-culturales que el escritor alicantino abarca para su comprensión del mundo. Desde Grecia a Francia, Inglaterra o España, sin olvidar el mundo de los zares en su libro El retrato oval.

Cito lo que José Carlos Rovira dice acerca del complejo mundo cultural de Gil-Albert: “La crónica de Gil-Albert se ha ido planteando a sí misma como referencia compleja de un tiempo en el que filósofos, escritores, músicos, actores, políticos, etc, sirven para dar la dimensión concreta de una época” (José Carlos Rovira, 1990: 78).
Siguiendo al crítico, lo interesante es el carácter del hombre de la Ilustración que posee Gil-Albert, demostrando su sabiduría en esa riqueza de referentes culturales.
Por todo ello, el escritor alicantino tiene un objetivo: mostrar un mundo que puede desaparecer si no es evocado, al igual que Visconti reflejó en su cine una época que se fue para siempre, Gil-Albert está encargado de narrarnos la importancia de un mundo cultural que no debe extinguirse.
Rovira lo dice con mucha claridad al final de este interesante artículo: “Su originalidad (y la sorpresa que nos causa) está probablemente ahí: en esa capacidad para filtrar una cultura clásica y una atención a lo contemporáneo, que significa también un mundo que el tiempo está encargado de desaparecer” (José Carlos Rovira, 1990: 79).
Por todo ello, resulta tan importante la labor de Gil-Albert, ya que nos enseña, a través de su erudición y de su experiencia la riqueza de ese mundo, para que no se pierda para siempre.
 

Juan Gil-Albert: los años formativos por Pedro J. de la Peña

En este artículo, Pedro J. de la Peña nos adentra en el origen social de Gil-Albert. Me refiero al mundo burgués al que perteneció por nacimiento, pero no todo acaba en esa ubicación, sino que de la Peña pretende explicarnos el por qué de la rebeldía del escritor alicantino, pese a nacer en una sociedad acomodada.
Dice el poeta y profesor Pedro J. de la Peña: “La infancia del escritor, nacido en 1904, es desahogada y feliz. Lo que no implica que, como la del cualquier otro hombre, no esté marcada por las incidencias, acontecimientos y hasta catástrofes que se suceden en su entorno” (Pedro J. de la Peña, 1990: 55).
Nos habla en el artículo del padre del escritor, partidario de don José Canalejas, el político que fue asesinado en 1912 en un atentado. Para De la Peña, este suceso condiciona la actitud de la familia que se vuelve más conservadora, ya que ocurrían con más frecuencia los tumultos callejeros llevados a cabo por los anarquistas: “Y ello hizo, junto a los cada vez más frecuentes desequilibrios sociales y algaradas callejeras, que se percibían sensiblemente en Alcoy, que se decantase hacia posiciones más conservadoras que le llevarían, en los años 20, al primo-riverismo” (Pedro J. de la Peña, 1990: 56).
Comenta el crítico que su madre no poseía una ideología concreta, que no fuese (como casi todas las mujeres de su época) defender el núcleo familiar.
Gil-Albert vivió, por tanto, las revueltas sociales, fue testigo del comienzo de la Primera Guerra Mundial, precisamente es, en esa época, donde el joven escritor decide ser un esteta, ya que el vanguardismo triunfa en la sociedad valenciana: “Es un momento en el que la clase social a la que Gil-Albert pertenece hace buenos negocios y le permite un incremento de su status familiar que repercute, favorablemente, en su educación” (Pedro J. de la Peña, 1990: 57).
No olvida De la Peña la contrapartida a personajes como Gil-Albert en la figura de Vicente Blasco Ibáñez, triunfante en casi todo el mundo por su novela Los cuatro jinetes del Apocalipsis y representante de la tendencia realista-naturalista frente al esteticismo del joven escritor alicantino.
Dicho esteticismo le lleva a Gabriel Miró como uno de los más admirados escritores que manifiestan su elegancia y su delicadeza en sus novelas. No elude, por ello, su interés por Azorín o Valle-Inclán.
Cita De la Peña la simpatía de Gil-Albert por la llamada Generación del 27. De hecho, realiza varios viajes a Madrid y conoce, como ya hemos comentado al analizar sus obras, a escritores pertenecientes a dicha generación: Lorca, Cernuda, Prados, Altolaguirre o Alberti.
Lo más curioso es que el escritor alicantino comienza a dar sus frutos en la novela, no en la poesía. El comienzo de la Guerra Civil española da un giro inesperado a esa corriente de esteticismo de sus comienzos. Surgen libros de poemas reivindicativos de la libertad y de la paz, duros alegatos a la guerra que vive España como Son nombres ignorados y Candente horror.
Juan Gil-Albert participa entonces en el Segundo Congreso de Escritores Antifascistas en Valencia. De esta aventura, nace la revista Hora de España, tan importante para nuestras letras y en la que el escritor de Alcoy ocupó un destacado lugar.
Continúa De la Peña contando los avatares de Gil-Albert, no hago mención de ellos porque ya han aparecido en mi estudio sobre su obra en prosa.
Lo que el poeta y crítico nos dice al final de su artículo sí me parece interesante para ubicar mejor la forma de pensar del escritor alicantino: “Pero cualquiera que fuesen los beneficios del acerbo personal de Gil-Albert obtenidos por su transterramiento, queda bien marcada la huella de una sociedad que a lo largo de los siglos ha sido incapaz de establecer, pese a la disparidad de sus ideas, los vínculos firmes de su convivencia” (Pedro J. de la Peña, 1990: 58).
Muy cierto, porque una de las críticas más duras de Gil-Albert a España tiene que ver, precisamente, con esa falta de unidad, de armonía, que ha imposibilitado la paz durante todo el siglo XIX y parte del siglo XX. (hasta la llegada de la democracia en 1975).
Resulta, por todo ello, un interesante artículo que profundiza en los orígenes de un hombre que vivió las duras condiciones del exilio y renegó de su mundo burgués, para hacer una poesía combativa contra el ejército de Franco. No sólo la poesía de esa época refleja la honestidad del escritor, sino también libros como Drama Patrio o el Heraclés muestran, sin cortapisas, su opinión sobre España y sus defectos y todo lo que representa la homosexualidad en la vida del hombre, respectivamente.
Termino de esta forma, los homenajes que la revista Anthropos dedicó al escritor alicantino, sin olvidar que los artículos de Ana Gómez Torres, Teresa Espasa o Rosa María Rodríguez (aparecidos como referencia crítica en algunos apartados a la obra en prosa y a la obra poética del escritor) son también muy interesantes para conocer mejor la figura y la obra de Juan Gil-Albert.

 






La Casa del Pavo: un homenaje necesario a Gil-Albert

He titulado este apartado “Un homenaje necesario” porque la revista La Casa del Pavo editada en Alcoy, tierra natal de nuestro escritor, realiza un homenaje muy necesario, por ser su tierra y por los artículos tan interesantes que aparecen en ella.
Esta revista dedicó el citado homenaje el 14 de abril de 1983. Constituye un repaso por un conjunto de breves, pero incisivos, artículos sobre la figura y la obra del escritor.
Comienza con un bello tributo de Esther Vizcarra, se llama “Cronista de este tiempo doloroso y apasionante”, en él se pueden entresacar frases en homenaje al escritor como éstas: “No es lo mismo mirar que ver y lo has visto todo, lo has observado todo desde esa posición un poco por encima de las cosas pero nunca indiferente” (Esther Vizcarra, 1983: 11).
Cuenta Vizcarra que en una ocasión el escritor fue solicitado para asistir al famoso programa La Clave que tenía lugar esa misma tarde. Gil-Albert rechazó la participación en el mismo por falta de tiempo, al comunicarle su asistencia esa mañana. Esa falta de prisas es resaltada como una gran cualidad del escritor de Alcoy.
Hace mención también de la concesión de la Medalla de Oro de la ciudad, concedida tiempo atrás y lo dice, subrayando el retraso en entregar la medalla a un hombre de su talla: “Estás como un niño con zapatos nuevos por las muchas cosas agradables que te están sucediendo, aunque desde tu tierra te hayan hecho sufrir un poco al retrasar una vez tras otra la entrega de la Medalla de Oro de la Ciudad, concedida hace ya harto tiempo” (Esther Vizcarra, 1990: 11).
Cualquier detalle tiene sentido para el escritor de Alcoy, como, son, por ejemplo, sus fotos: “Tus fotos, escogidas, aunque ese transmitirte se extiende al objetivo de la cámara ante la que sin duda no disimulas nunca, puesto que ella lo dice todo de tu persona” (Esther Vizcarra, 1990: 11).
En resumen, un tributo merecido que sirve como presentación a este homenaje de la tierra de Alcoy a uno de sus mejores escritores.
He escogido, entre todos los artículos que aparecen, algunas opiniones que me parecen significativas para conocer mejor el mundo y la obra de Gil-Albert.
Del artículo que le dedica Pedro J. de la Peña titulado “Juan Gil-Albert” destaco las siguientes palabras: “Juan Gil-Albert es un esteta pobre, reducido a lo escueto del lujo. No tiene nada más de lo que tiene. Eso le basta, como a la abeja le basta su celdilla; un lugar cómodo donde laborar su miel. Por eso ha llegado a ser profundo, íntegro, inconfundible” (Pedro J. de la Peña, 1983: 17).
Se refiere, sin duda, a ese sentido de la elegancia, a esa delicadeza que le hace vivir sin grandes riquezas, pero sí con extrema sensibilidad, con apego a sus cuadros, a sus mesas, a sus libros bien encuadernados. Lo que muestra que el lujo, como ya vimos, es para él amar lo que se tiene y no querer tener demasiado.
Pedro J. de la Peña hace mención de la casa del escritor, como sabemos éste vivió en varias casas: Grabador Esteve II, calle Colón, calle Taquígrafo Martí. En ellas, Gil-Albert puso su delicadeza en los objetos, como si tuviesen vida propia. Dice el crítico y poeta: “Los objetos están tan bien dispuestos (la lupa, el abrecartas, los papeles) que no parece que en ella haya trabajado nunca. Sin embargo, cuánta minuciosidad se requiere para una obra lenta, laboriosa, pacientemente documentada y recordada, como la suya” (Pedro J. de la Peña, 1983: 17).
Se refería el poeta valenciano a la mesa, donde uno puede ver un orden que no da la impresión de haber sido alterado por la labor de la escritura.
Termina este artículo haciendo hincapié en la soledad del escritor, como la de un amanuense dedicado a sus traducciones; Gil-Albert se recluye, para hacer de la literatura toda su vida: “No conozco vocación de claustro más acusada que la suya. Sus virtudes le llevan a vivir en un falansterio como querencia espiritual. Sus convicciones se lo impiden” (Pedro J. de la Peña, 1983: 17).
El escritor, pese a su “retiro monacal”, deja entrar a los demás para contar su vida, hablar sobre su obra, etc. Hay un deseo ético de comunicación, que no excluye las palabras de admiración o la crítica a quien considera digno de tales menciones.
La casa se convierte, como un espejo de la delicadeza que Gil-Albert lleva dentro, en su cuerpo, como si la casa fuese extensión suya: “La música, el temblor de cristales que hay en su habitación, se rima y se acompasa al temblor de sus manos” (Pedro J. de la Peña, 1983: 17).
Un bello artículo que nace, sin duda alguna, de un conocimiento muy directo, dada la gran amistad que unió a ambos, de la figura y de la obra de Juan Gil-Albert.
Continúo con el homenaje que le dedica Juan Lechner, desde la Universidad de Leiden, en Holanda, al escritor alicantino. Se titula “Candente lucidez” y es un interesante artículo porque insiste en la extrema sensibilidad del escritor ante la vida.
Lo más destacado del citado estudio es la referencia ética a la figura del escritor, cuando cita la antología que apareció en 1972 titulada Fuentes de la constancia. Dice así: “El título es indicativo de las dos vertientes que caracterizan la obra de Juan Gil-Albert, una filosófica y otra ética, no siempre separables y las más veces íntimamente entretejidas, como en este caso” (Juan Lechner, 1983: 20).
Acerca de la ética del escritor alicantino, nos dice lo siguiente: “Esa misma vida representada por y cristalizada en una cualidad ética: la constancia, esa voluntad de seguir pisando el camino elegido un lejano día, con conocimiento de causa, y de no apartarse de él por inclementes que sean los vientos” (Juan Lechner, 1983: 20).
Coincido en que ese deseo de afirmar su condición de hombre sensible y su voluntad por ser fiel a sus ideas, constituyen su visión ética de la vida.
Lo que llama la atención a Lechner de la figura de Gil-Albert es, como vimos ya en el artículo de José Carlos Rovira acerca de la “casa-mundo” aparecido en la revista Anthropos en 1990, la condición de hombre cosmopolita que se descubre en su obra y esa capacidad para unir lo clásico y lo contemporáneo, como vio también Rovira en su artículo. Dice Lechner: “Cosmopolita, como todos los grandes artistas, y español inconfundible, como todos los grandes creadores de la península, se ha ocupado igual de los presocráticos como de Cocteau (cuya obra ha traducido al español); de su amado y esencial Mediterráneo como del ballet ruso”. (Juan Lechner, 1983: 20).
El crítico considera a Gil-Albert como un hombre de filosofía humanista y, lo que es más, uno de los primeros escritores contemporáneos que ha hecho de su obra una meditación sobre el paso del tiempo: “Esa voluntad de lucidez le ha permitido escribir, mucho antes que Octavio Paz, sobre nuestro modo de vivir el tiempo (siempre recordando el pasado y deseando el futuro, nunca viviendo el presente)” (Juan Lechner, 1983: 21).
Pero no sólo se convierte el escritor alicantino en un hombre que medita, sino que muestra con valentía su condición humana. Por ello, como señala Lechner, es el primer escritor que lleva a cabo una obra tan honesta como arraigada sobre la homosexualidad: Heraclés. Dice el crítico: “Como suyo es también el primer ensayo sobre la homosexualidad –Heraclés. Sobre una manera de ser (1975)- que se haya publicado en España, otra indagación donde lo filosófico va de la mano de lo existencial” (Juan Lechner, 1983: 21).
Para terminar con este interesante artículo, el crítico nos cuenta que su primer contacto epistolar con el escritor lo estableció tras conocer la participación de Gil-Albert en un homenaje a Cernuda en la revista valenciana La Caña Gris en 1963. Le escribió una carta en 1966 donde le mostraba su admiración y su convencimiento de hallar en él a uno de los mejores prosistas españoles de la segunda mitad del siglo XX.
Con este sentido homenaje concluye este artículo donde el crítico nos ofrece una visión de la importancia de la ética en el escritor, basada en la constancia a unas ideas de las que nunca renegó, pese a los momentos difíciles de la Guerra Civil española y el exilio, e insistiendo en el cosmopolitismo, tan enriquecedor, que le permitió armonizar lo clásico y lo contemporáneo en una prosa de gran belleza.
El siguiente homenaje aparecido en la revista La Casa del Pavo es el que le dedica Javier Pérez Escotado titulado “Juan Gil-Albert: el último pagano”.
Este artículo insiste en la idea del paganismo en el escritor alicantino. Lo más interesante es la idea que mantiene el crítico sobre la condición ética del paganismo, excluyendo cualquier atisbo de religiosidad en el mismo.
Cito lo que dice Pérez Escohotado: “Por otra parte, su paganismo más que religioso tiene un matiz ético. No le interesa tanto el mundo de las creencias –la fe sería su extremo fanático– porque son limitadoras de la acción, constriñen, reprimen o empujan al hombre en una concreta dirección, restándole autonomía, independencia, personalidad” (Javier Pérez Escohotado, 1983: 23).
Si esto es así es porque el escritor alicantino busca la libertad y anula de su visión ética de la vida todo lo que anule su personalidad. Por ello, fue tan crítico con la religión, como lo ha demostrado en sus comentarios en obras como el Breviarium Vitae.
La ética, como señala Pérez Escohotado, significa ser fiel a sus creencias, a sus decisiones y, por tanto, a su conciencia. El paganismo, como su nombre indica, le conduce a una época anterior al cristianismo y, por tanto, a su amada Grecia.
Según el crítico, hay muestras de conductas ejemplares en muchos de los personajes que cita el escritor alicantino en sus obras: “Dionisos, Aquiles, Patroclo, los Romanov, etc., son concreciones de conductas o de actos ejemplares” (Javier Pérez Escohotado, 1983: 23).
Concluye de esta manera el artículo, pero no quiero dejar de citar unas palabras del mismo acerca de la concepción del paganismo en Gil-Albert: “Su paganismo estaría cerca de esa actitud “heroica” –savateriana– del que sale a la calle como si fuera el primer día de la creación –como si fuera un dios- o creyéndose continuador proteico de la construcción del mundo” (Javier Pérez Escohotado, 1983: 23).
Esa condición de ser humano que crea es, sin duda alguna, la que le lleva al escritor alicantino a defender el ocio, el lujo o su mundo interior, tan vinculado al espectáculo de la Naturaleza. Sólo a través de un intenso conocimiento de uno mismo puede surgir el paganismo como condición suprema de libertad.
Continúo con el homenaje que le dedica Antonio Revert Cortes a Gil-Albert titulado “La voz descomprometida de Gil-Albert”. Lo que el crítico nos cuenta es el proceso que va desde esa primera prosa esteticista hasta el inicio de una etapa de crítica, ideológica, dejando a un lado su anterior tendencia a la belleza como único argumento.
Este proceso fue necesario por el comienzo de la Guerra Civil española y la necesidad de Gil-Albert de comprometerse con la República. Revert Cortes dice sobre ello: “Gil-Albert, pues, opta por la República, por la España leal y asume plenamente su compromiso: ‘Hay que estar con los que se comprometen, no con los que simulan’, añadirá valientemente. No obstante, Gil-Albert quiere dejar patente la no omisión, a pesar de todo, de la política en el arte, aún en tiempos de guerra” (Antonio Revert Cortes, 1983: 30-31).
Este deseo de hacer arte, pese a las circunstancias fatídicas de la Guerra Civil española, tiene que ver, según Revert Cortes, con el impulso estético que vive dentro del escritor, como un impulso que lleva a unir su visión ética y estética de la vida: “No, Gil-Albert no es ningún burgués, sino un esteta, un jubiloso esteta, que pregona la belleza creándola, fijándola, definitivamente en sus escritos” (Antonio Revert Cortes, 1983: 31).
Lo que el crítico señala es la singularidad que posee el escritor alicantino, su deseo de no eludir el mundo que le rodea pero, sin despreciar, el arte que late en sus obras. Por ello, la necesidad de cuidar el estilo, pese a cualquier circunstancia, triunfa en la obra de Gil-Albert.
También comenta Revert Cortes que la crítica al mundo que le rodea no es parcial, sino que nace de la honestidad, nivelando por igual a todos aquellos que no tienen un compromiso ético con la vida: “De ahí que a través de sus obras denuncie a los comunistas y al capitalismo, por igual, poniendo el dedo en las llagas de una y otra concepción del mundo” (Antonio Revert Cortes, 1983: 32).
Todo ello, nos sirve para entender que el escritor alicantino no fue un conformista y su visión de la vida fue crítica a todo lo que no constituía un ejemplo de conducta.
Concluye, en el apartado más interesante del artículo, con una afirmación del anarquismo del escritor, pero matizando su pertenencia a la citada ideología: “Para etiquetar políticamente a Gil-Albert tendríamos que recurrir al anarquismo, más bien literario, utópico en la realidad, algo así como un liberalismo a tope, con talante, “ser extremoso –como él dice- sin perder la moderación”, he ahí un ideal de vida” (Antonio Revert Cortes, 1983: 32).
Por lo tanto, podemos darnos cuenta de que el verdadero compromiso de Gil-Albert no es político, ni social, sino consigo mismo, con la verdad que lleva dentro, con su visión ética y estética de la vida.
El profesor y crítico José Carlos Rovira le rinde al escritor un homenaje en esta revista. El artículo se titula “Diario de un adepto (17 de septiembre)”. Esta fecha nos llama la atención, se refiere al día en que le dieron a Gil-Albert el premio de las letras valencianas.
Pero lo que resulta más interesante del artículo es la condición que Rovira tiene de ser un lector apasionado de la obra de Gil-Albert: “Pero, en el momento en que alguien se sumerja con seriedad en sus páginas, traspasará muy pronto el umbral del desconcierto y la sorpresa, para llegar al apasionamiento. Por eso me atrevo a hablar de mi condición de lector de Gil-Albert como de lector adepto” (José Carlos Rovira, 1983: 35).
Las razones que expone el crítico para tal dedicación a la obra del escritor alicantino merecen ser expuestas en este estudio a su obra.
No nos sorprende que el profesor Rovira defienda la obra del escritor de Alcoy, después de haber profundizado en la misma en muchas ocasiones y de haber realizado el prólogo a su antología de 1972: Fuentes de la constancia. Pero lo más interesante son las razones que expone para tal admiración: “La primera explicación estaría en todo lo que gira alrededor de la belleza de la escritura. Sí, efectivamente, estamos, en el terreno de la lengua, ante uno de los ejemplos del mejor castellano de nuestro siglo y recomiendo al que quiera comprobarlo, que se sumerja en la prosa de la Crónica General” (José Carlos Rovira, 1983: 35).
Esta apreciación ha sido comentada por muchos críticos y admiradores de su obra, el cuidado que el escritor alicantino puso en el estilo le lleva a insistir en una prosa elegante y esmerada en sus detalles.
La segunda razón se centra en el deseo de cantar a un tiempo pasado. Como vimos, la Crónica General es un buen ejemplo de ello. Esta famosa obra no elude el mundo que le rodea y cualquier anécdota, cualquier evocación cobran una importancia especial para el escritor de Alcoy. Nada es más importante por ser más personal, desde la mención a la figura de Isadora Duncan a la descripción de la calle de La Paz o el retrato de sus padres. La memoria lo es todo, y cualquier hecho vivido o perteneciente a su mundo cultural es digno de mención.
Rovira comenta una última razón para mantener su fervorosa admiración por el escritor alicantino, se refiere a la honestidad del mismo, lo que coincide con la visión ética de la vida que citó Pérez Escohotado en su artículo ya comentado: “Juan Gil-Albert: el último pagano”. Para Rovira, la voluntad de ser sincero consigo mismo es fundamental en el escritor. Por ello, dice: “Por último, una tercera explicación: la radical sinceridad de su vivir y la honestidad de su obra para con el mismo: Es en ese espacio donde la belleza crea la ejemplaridad humana, donde la estética se hace moral” (José Carlos Rovira, 1983: 35).
Cita Rovira obras tan fundamentales como Heraclés o Drama Patrio, dos ejemplos muy claros de la honestidad del escritor.
El final del artículo es muy bello, ya que resume todo aquello que le conmueve del escritor y le hace ser, sin duda alguna y para siempre, lector adepto: “Un descubrimiento continuo, como en una sorpresa dilatada para cada página, para cada palabra. Por su coherencia, su cultura, su belleza. Su honradez” (José Carlos Rovira, 1983: 35).
Tiene razón Rovira al rendirse a la evidencia, ya que pocas obras acumulan tantos detalles, tantas impresiones, tantos destellos de luz como la prosa y la poesía de Gil-Albert.
Continúo con el artículo que le dedica en la revista Luis Antonio de Villena titulado “Visión de Juan Gil-Albert, filósofo”. No en vano, la visión crítica del escritor madrileño ha sido muy fructífera, ya que ha publicado muchos artículos sobre la obra del poeta alicantino. Fue, en mi opinión, el prólogo a El retrato oval (comentado en este trabajo) uno de los mejores que le dedicó al escritor de Alcoy.
En este caso, Villena busca la hondura filosófica del escritor. He elegido algunos comentarios de este artículo que me parecen novedosos e interesantes.
Uno de ellos hace hincapié en la faceta de hombre ocioso, amante del lujo que representa la figura del escritor: “Porque Juan Gil-Albert pertenece a esta clase de hombres –pocos– para quienes lo imprescindible es lo inútil y lo innecesario. Los que, sabiamente, cultivan el ideal de lo humano, que es ocio, contemplación, deleite, placer moderado” (Luis Antonio de Villena, 1983: 39).
Le compara, por tanto, con los hombres que saben vivir y que eligen de la vida lo más placentero.
Villena menciona también (como lo hicieron Pérez Escohotado o Rovira) el sentido ético del escritor. El crítico madrileño relaciona a Gil-Albert con el gran poeta Cavafis. Dice lo siguiente: “En ambos hay una constatación ética, más allá de las frecuentes amarguras, de la pasión y el éxtasis que en algunos momentos sabe ser la vida” (Luis Antonio de Villena, 1983: 39).
Lo que más le interesa a Villena de Gil-Albert es su pasión por la vida. En esto radica ese componente filosófico, basado, siguiendo a Pérez Escohotado en el artículo ya citado, en el paganismo como visión estética y ética de la vida. Villena centra esa pasión por lo vivo en una de las obras cumbres de la poesía de Gil-Albert: Las Ilusiones. El crítico y poeta madrileño manifiesta la exaltación de lo sensorial que supone el poema, lo que convierte al escritor de Alcoy en un filósofo que goza del instante, revelación de la belleza de la Naturaleza: “Las Ilusiones, por ejemplo, uno de los mejores libros de poemas de Gil-Albert, es un canto a los momentos supremos de la vida, una exaltación de los sentidos que nos presentan ese minuto fugaz del mundo, que sería eterno sino se hubiese quedado aquel augusto y gigantesco árbol que, según la mitología de muchos primitivos unía, en la edad sagrada del mito, el Cielo y la Tierra” (Luis Antonio de Villena, 1983: 39).
Precisamente es en la concepción mítica del mundo donde, en mi opinión, Gil-Albert condensa su máxima aspiración al Cosmos. Toda su obra poética, desde Las Ilusiones, supone ese deseo de fusión, para, como decía Villena, volver al inicio, en una conjunción del Cielo y de la Tierra como elementos supremos que se identifican con la esencia humana.
Acierta Villena en su apreciación, pues el escritor alicantino tiene un sentido panteísta de la vida.
Concluye el artículo con una mención muy interesante de la raíz helénica que supone la obra de Gil-Albert: “Una obra que sin olvidarse del placer que es el arte y la escritura, nos enseña paseando y sin dogmas, como el filósofo helénico, el suave gozar de cada instante, la complicada maraña de la vida” (Luis Antonio de Villena, 1983: 39).
Si la cultura helénica fue, ante todo, una visión de la vida donde el goce del instante a través de la contemplación del Arte y de la Naturaleza lo eran todo, la obra de Gil-Albert sigue esa senda y nos hechiza con sus consecuencias: la belleza y la honestidad.
Por tanto, el artículo de Villena es un buen ejemplo de coherencia, ya que sabe ver al escritor a través de sus obras, insistiendo en dos ideas claves: su visión ética y su estética de la vida.
Continúo con el artículo que le dedicó Salvador Moreno, su gran amigo mexicano, titulado: “Juan Gil-Albert y su homenaje a México”.
Este homenaje es muy necesario, ya que Salvador Moreno fue no sólo uno de los mejores amigos que tuvo en México (recordemos las cartas que ambos se dedicaron en Cartas a un amigo), sino también porque Gil-Albert le dedicó su Tobeyo o del amor, complicidad que prueba el grado de amistad que les unió. El artículo tiene interés, ya que nos habla de la relación del escritor alicantino con un país que conoció muy bien.
Lo primero que puedo destacar del mismo es la descripción que nos hace del escritor alicantino a su llegada a México, podemos ver con qué singularidad es retratado: “Juan Gil-Albert resultaba, para mí, un ser diferente de cuantos intelectuales iban apareciendo en la vida cotidiana de los cafés de la ciudad de México” (Salvador Moreno, 1983: 42).
Lo más interesante es la actitud que el artista mexicano destaca de Gil-Albert, es decir, el espíritu contemplativo y distinguido de éste: “Se diferenciaba tanto en su aspecto físico, excesivamente refinado para el medio en que nos movíamos, como en su actitud irreal, junto a sus compañeros de exilio. Mientras unos y otros conversaban y discutían, él escuchaba con extrañeza, dispuesto, como estaba, a vivir la nueva experiencia en que las circunstancias lo habían puesto” (Salvador Moreno, 1983: 42).
Este detalle de su conducta no nos debe extrañar, ya que el escritor alicantino gozaba también del silencio y siempre aprendía de aquello que otros decían.
Cuenta que se lo presentó Emilio Prados en la radio de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Nos cuenta el músico mexicano aspectos muy interesantes sobre la estancia de Gil-Albert en su ciudad, como la convivencia, ya citada, con Ramón Gaya, Enrique Climent y el arquitecto Mariano Orgaz. Es interesante citar los detalles acerca de la habitación del escritor, donde se reflejaba su delicadeza y elegancia: “La habitación de Juan era la más blanca, la más alegre y, diría yo ahora, la más mediterránea” (Salvador Moreno, 1983: 43).
Comenta Salvador Moreno que Gil-Albert se empeñó en comprar visillos, pese a la escasez económica en que vivían. Estos visillos están representados en un cuadro que Gaya pintó en México. No sólo se aprecian éstos, sino también algunos libros que el escritor leyó en su estancia allí y, naturalmente, una rosa que, como podemos imaginar, fue un símbolo de la exquisitez del escritor: “Frente al visillo se ven algunos libros, y sobre éstos una pequeña copa de color azul, que sostiene una rosa de color muy vivo” (Salvador Moreno, 1983: 43).
Los libros que aparecen en la habitación eran los que le enviaron otros artistas mexicanos y algunos que Gil-Albert tradujo, por encargo de José Ferrer.
Nos habla el músico y amigo del escritor de la pintura, concretamente, del cuadro que Enrique Climent pintó sobre Gil-Albert, sentado en el sofá.
Hace una mención de la aparición de Las Ilusiones, uno de los mejores libros de poesía del escritor de Alcoy, escrito y publicado en su exilio: “Supe del viaje de Juan a Sudamérica, de donde volvió con un precioso volumen de poemas, Las Ilusiones. Y supe también de sus relaciones amorosas, las más intensas vividas por él en México, que lo harían viajar por las montañas de Oaxaca bajo una tienda de campaña” (Salvador Moreno, 1983: 43).
Hace referencia el artista al Tobeyo o del amor, libro que Gil-Albert le dedicó: “En Tobeyo o del amor, habla por boca de su fraternal amiga Concha de Albornoz. Recoge las conversaciones entre ambos y con otros amigos, conversaciones en las que no faltan referencias al país, que desde el primer día tanto les inquietara, como si ‘algo hermoso y adverso a la vez, pesara sobre estas tierras y sobre esas gentes’” (Salvador Moreno, 1983: 43).
Como vemos, dentro del contenido del libro hay muchas conversaciones, muchas inquietudes y una nostalgia del exiliado que el libro refleja muy bien.
Cuenta Salvador Moreno que en Las Ilusiones existe un poema dedicado al arquitecto Mariano Orgaz, con el que convivió en México, el poema se titula “A México”: “’A México’ aparece en Las Ilusiones, a la memoria de Mariano Orgaz. Es un poema verdaderamente triste, es decir, un poema que emana tristeza” (Salvador Moreno, 1983: 44).
También nos cuenta que el poema “Los albañiles” de su libro Los oficios y las tentaciones está dedicado a Octavio Paz. Nos dice también que en su obra Breviarium Vitae aparece México con frecuencia.
Lo que nos importa destacar de este artículo es la huella de México en la vida y en la obra de Gil-Albert, de la mano de uno de los mejores testigos de su estancia allí, el músico Salvador Moreno.
Concluyo este repaso al artículo con un fragmento del mismo, donde Moreno destaca la importancia que tuvo su país durante los años de exilio del escritor de Alcoy. A Gil-Albert la tierra mexicana le dejó una huella imborrable, donde se unió la tristeza de un viejo país con la belleza que sus rincones le dejaban. Se puede ver en Tobeyo o del amor y en algunos de sus poemas. No sólo Gil-Albert descubrió la tristeza de aquella tierra, la mirada del escritor Malcolm Lowry en su famosa novela Bajo el volcán es un buen testimonio del misterio de la tierra mexicana.
Dice Salvador Moreno sobre todo ello: “Su paso por México debió completar, sin duda, su visión del mundo, y su pensamiento enriqueció, en forma honrada y limpia, las definiciones que se han hecho de ese hermoso y desconcertante país, lo que nos obliga a los mexicanos a una deuda de gratitud hacia Juan Gil-Albert” (Salvador Moreno, 1983: 44).
Un interesante artículo, para conocer, de primera mano, la pasión que el escritor alicantino tuvo a una tierra que le acogió y por la que sintió una extraña fascinación.
Comento, a continuación, un breve artículo que Manuel Andújar le dedicó en la revista a Juan Gil-Albert, titulado: “Juan Gil-Albert: Maestro, amigo y compañero”.
Lo más interesante es el tributo que le dedica Andújar al escritor de Alcoy: “Juan Gil-Albert: maestro, amigo, compañero; todo él donación y comunión. Capaz de amar la bondad estricta y las verdades que en el idioma aguardaban la pluma que las revelase y compusiera” (Manuel Andújar, 1983: 49).
Para el crítico, lo más relevante del escritor es la amistad que ha mantenido con él durante largo tiempo y, como si fuese este lazo la revelación de un mundo, el proceso de su escritura como un todo, donde el paisaje del tiempo aparece con nitidez: “Y agregad las edades que Juan Gil-Albert concierta: los alborozos maravillados de la niñez, los claroscuros luminosos de la adolescencia, la serenidad que paga el precio de la madurez, la consagrada perspectiva de la senectud iniciática” (Manuel Andújar, 1983: 49).
En este recorrido del tiempo, Andújar sabe que el escritor es fiel a sí mismo, a su deseo de imprimir belleza a su paso por la vida. Ser testigo de todo ello es lo que hace a este homenaje de Andújar digno de mención.
Comento otro artículo de Javier Pérez Escohotado que me resulta interesante, titulado “Breve noticia de lo árabe en Gil-Albert”. Y lo es, por su contenido, ya que se trata en él de revisar la huella árabe en la obra poética de Gil-Albert. Para ello, el crítico busca en el tiempo las primeras manifestaciones de ese apego arábigo-andaluz del escritor alicantino: “Tuvo que ser en 1928 cuando Gil-Albert en la Revista de Occidente (año VI, núm. 62), alcanzara a ver y leer con alguna perplejidad unos ‘poemas arabigoandaluces’ cuya traducción firmaba un joven como él, Emilio García Gómez” (Javier Pérez Escohotado, 1983: 53).
Considera Escohotado que la publicación de la antología Poemas Arabigoandaluces de Emilio García Gómez fue el referente de su prólogo a Son nombres ignorados, donde hace mención de ella. Concretamente, en la edición que publicó en 1938 la revista Hora de España.
Para Pérez Escohotado, el libro de poemas de Gil-Albert: Misteriosa Presencia, sí refleja el mundo árabe, sin eludir el barroquismo que dicha obra contiene: “Misteriosa Presencia, apareciendo en 1936, momento nada propio a experimentos, es, sin duda, su libro más barroco y más árabe, rozando a veces un tono de reconocible mística. Tanto ésta como el barroco son dos lenguas propias no de la claridad, sino de la clandestinidad” (Javier Pérez Escohotado, 1983: 53).
Concretamente, en los cuatro sonetos valentinos que van unidos a este primer libro de poemas, Pérez Escohotado destaca la dedicatoria al poeta Al-Russafi con el título de “Diálogo con Al-Russafi”, poeta que en la antología de García Gómez era reflejo de la naturaleza, el homoerotismo y los oficios artesanos. Destaco estas certeras palabras del crítico: “En su anterior libro de sonetos, Misteriosa Presencia, ya encontramos uno de los temas más interesantes de Gil-Albert y una referencia, en el primero de los cuatro sonetos ‘valentinos’ –el sastrecillo– al poeta de esa escuela, Al-Russafi, que en la antología estaba representado por cuatro poemas: una escena báquica, el río azul, el mancebo carpintero y el mancebo tejedor” (Javier Pérez Escohotado, 1983: 53).
Concluyo este interesante artículo donde se invita a profundizar en la huella árabe en la poesía de Gil-Albert, con unos comentarios, donde Pérez Escohotado afirma que la obra poética del escritor de Alcoy se sustenta en el mundo preislámico, donde el sensualismo es un todo y la invitación al goce de los sentidos el único objetivo de la vida, desvinculando a ésta de cualquier creencia en un único Dios: “Un cierto afán de trascendencia que subsiste en toda la poesía de Gil-Albert, vendría dado por una profunda intuición que, como en la poesía yahilí o preislámica, el hombre se encuentra abandonado a la fragilidad y precariedad terrenas –el desierto y el destierro– y se abandona a lo exterior o a sus propias sensaciones como a una religión pagana que todavía puede salvarlo, como un nuevo tipo de trascendencia terrena” (Javier Pérez Escohotado, 1983. 54).
Esta alusión a lo terreno es clave en el escritor alicantino, su pasión por la vida, por la Naturaleza y la belleza que de ella emana le hacen un poeta vitalista que reniega de la otra vida para anegarse plenamente en ésta.
Por todo ello, el artículo es de gran interés, porque incide en aspectos menos conocidos de Gil-Albert, como la huella que el mundo árabe deja en su obra poética.
 

Conclusión a la revista La Casa del Pavo. La entrega de la medalla de oro y el nombramiento de hijo predilecto a Gil-Albert por la ciudad de Alcoy

Concluyo este repaso a la revista La Casa del Pavo con la dedicatoria final, donde aparece el escritor de Alcoy recibiendo la medalla de la ciudad.
Cito lo más destacado de este tributo que le dedicó su tierra natal: “El 13 de abril de 1983, el salón de sesiones del Ayuntamiento de Alcoy se viste de gala para entregarle a Juan Gil-Albert la Medalla de Oro de la Ciudad y el título de nombramiento de Hijo Predilecto de Alcoy. Asiste la Corporación en Pleno y numeroso público, vinculado a la cultura y a las instituciones y organizaciones locales. El acto es presidido por el gobernador civil de la provincia, Octavio Cabezas. La Medalla de Oro le es impuesta por el alcalde de la ciudad, Josep Sanus” (La Casa del Pavo, 1983: 61).
Menciona también que con esta jornada se inauguró el Centre de Cultura, siendo el primer director del mismo Francesc Bernácer, gran amigo del escritor homenajeado.
Con esta dedicatoria de la ciudad de Alcoy a uno de sus mejores escritores, pongo punto final al importante homenaje que le dedicó su ciudad y la revista La Casa del Pavo a la figura de Gil-Albert.

 


El homenaje a Juan Gil-Albert por la revista L’Arrel de la UNED

La revista L’Arrel de Elche rindió un sentido homenaje a la obra y la figura de Juan Gil-Albert. Fue en 1981 cuando la Universidad Nacional de Educación a Distancia se planteó realizarlo. Por ello, por la importancia que la obra del escritor de Alcoy empezó a tener a principios de los años setenta, se decidió llevar a cabo este tributo a su figura y su obra.
Comienzo con la “Carta abierta a Juan Gil-Albert que sirve de presentación”, en la cual los miembros de la revista, entre cuyo grupo de redactores se halla José Carlos Rovira, le dedican unas bellas palabras.
La referencia a la novela de Lampedusa El gatopardo es digna de mención: “Eres seguramente algo así como un príncipe de Salina lampedusiano/ viscontiniano, nacido en Alcoy a principios de siglo, pero eres mucho más: ‘un español que razona’” (L’Arrel, 1981: 3).
Para los miembros de la revista, Gil-Albert es un escritor universal, por la calidad de su obra: “El que seas universal no es más que un marco de tu condición de valenciano: Llevas el aire de la alcoyana partida de El Salt en los pulmones de tu infancia, pero llevas además una inspiración sorprendente: la de la naturaleza de Alicante, perenne en ese olor ‘de pronto a mar, de fondo, a monte firme’”.
Con estas palabras, comienza un bello homenaje de la UNED al gran escritor de Alcoy.
Comienzo con un artículo firmado por el mismo Gil-Albert y que corresponde a la conferencia pronunciada el 9 de abril de 1981 en el Salón de Sesiones del Excmo. Ayuntamiento de Elche. Se titula “El caos: Como manifestación espontánea de mi solidaridad amorosa”.
De esta interesante conferencia, me llama la atención la transparencia con que Gil-Albert habla de sus orígenes, remontándose a sus abuelos. Todo comienza con la casualidad que le lleva a asistir a dos lecturas poéticas, una en Zaragoza y otra en Elche.
Esta coincidencia le sirve para hablar de ambos lugares que fueron la tierra natal de sus abuelos, ya que su abuelo era de Zaragoza y su abuela valenciana, y, por tanto, de clara afinidad con Elche por hallarse en el paisaje del Mediterráneo.
El escritor de Alcoy nos da bellas impresiones sobre la tierra valenciana, lugar donde vivió desde los ocho años hasta la época del exilio: “En medio de los dos caminos estaba Valencia, espacio en el que he ido haciéndome el que soy. Es curioso, mi residencia en Valencia, desde los ochos años, no ha conseguido que le confiera el descubrimiento del mar. Se vive en la ciudad sin verlo, aunque se le presienta por tantos motivos, su clima, su humedad, ciertas tonalidades celestes” (Juan Gil-Albert, 1981: 15-16).
Compara la tierra valenciana y alicantina con Grecia y nos desvela que su gran pasión por el mundo helénico nace de la identificación con su espacio natal: “Y estando, por entonces, hojeando un libro con imágenes griegas, estatuaria y paisaje, que yo bebía con los ojos, vine a dar con un panorama, en torno a un convento, e imaginemos mi conmoción, a un tiempo la sorpresa y el convencimiento, de que aquello era, exactamente, lo mío, es decir, el olivar, los viejos cipreses, la huertecilla a cuyas sombras maduran nuestras hortalizas caseras…” (Juan Gil-Albert, 1981: 16-17).
Para el escritor alicantino, el mundo ideal de Grecia se halla en su paisaje natal, como un espejo donde se asoma la belleza. Tanto es así, que en su conferencia concluye su visión sobre este tema, diciendo: “Es decir, para acabar con el tema, mi debilidad por Grecia, llamémosle así, no era tal, puesto que esta cultura me pertenecía como mi mismo rincón alicantino, como mi misma casa” (Juan Gil-Albert, 1981: 17).
El escritor deja a un lado su paisaje para centrarse en lo íntimo, en lo familiar, es decir, en la figura de sus abuelos. Para Gil-Albert, la semblanza del abuelo le envuelve y le deja un poso de dignidad y orgullo, lo que demuestra la calidad humana del escritor al evocar a su familia: “Yendo de camino, trenes viejos y nostálgicos, me señalo unas tierra diciéndome: son las de tu abuelo que regaló a sus hermanos, y añadió: el hombre más bondadoso que he conocido” (Juan Gil-Albert, 1981: 17).
Se refiere al viaje que hizo con su padre, en la niñez, a tierra de Zaragoza. También recuerda, en otra ocasión, ya en Valencia, el beso que el abuelo le dio. El escritor alicantino expresa con gran delicadeza ese bello momento: “No recuerdo si fue en el 10 o en el 12, yo en mi puericia, yendo con mi madre por la pequeña calle de Luis Vives, tan nuestra, lo encontramos de frente y me besó, dejándome el recuerdo, único por lo demás, del azul de su mirada; y una semana después había muerto” (Juan Gil-Albert, 1981: 17).
No sólo el abuelo cobra relevancia, la abuela, valenciana, aparece retratada como si estuviese presente en el instante de evocarla, tal es la precisión que la mirada de Gil-Albert posee al recordarla: “Se separó muy pronto de su mujer, mi abuela, ella sí valenciana, con portentosos ojos negros, y a la que hemos seguido teniendo, obcecados, junto a él, en dos retratos, ella con vestido de polisón que una contemporánea me dijo haber sido color de ciruela” (Juan Gil-Albert, 1981: 18).
Todo ello se queda muy dentro del escritor y nos muestra que Gil-Albert estuvo siempre enamorado de su tierra y de sus antecesores. La fidelidad a sus orígenes hace de este artículo un documento muy interesante. Termina el mismo con el poema que el escritor leyó en la conferencia citada titulado “A un monasterio griego”.
Continúo con el artículo de José Manuel Caballero Bonald, poeta andaluz y uno de los mejores representantes de la Generación poética de los 50.
Se titula “Texto leído en la presentación de la ‘Obra poética completa de Gil-Albert’”, en Madrid, en Julio de 1981.
Cito algunas líneas interesantes de dicho estudio, como el encuentro de Caballero Bonald con el escritor en Valencia: “Cuando me encontré con él en Valencia, hace seis o siete años, me recordó enseguida la imagen que yo conservaba de su semejante a través de las páginas de Crónica General” (José Manuel Caballero Bonald, 1981: 23).
Para el poeta andaluz, Gil-Albert se fue haciendo cada vez más la imagen nítida del personaje de su gran libro: “Aquella persona delicada, pulcra, frágil, efectiva, no podía ser sino el autor –el protagonista– de uno de los libros más refinados y sutiles, más bien educados literariamente que leí en los últimos años” (José Manuel Caballero Bonald, 1981: 23).
Para Bonald, la labor del escritor alicantino ha sido fruto del esfuerzo, de la férrea voluntad por crear una obra madura, bella y armoniosa. El poeta andaluz reconoce que Gil-Albert ha estado largo tiempo ignorado, pese a sus grandes méritos: “Todos nos acordamos de que el reconocimiento justiciero –lo que se llamó el ‘descubrimiento de los jóvenes’– le llegó a Juan Gil-Albert mucho más tarde de lo que ya había adecuadamente legitimado su obra” (José Manuel Caballero Bonald, 1981: 23).   
Para Caballero Bonald, la obra del escritor es “una obra metódica y vivificante, lúcida y apolínea” (J. Manuel Caballero Bonald, 1981: 23).
El poeta andaluz se refiere también a la unión de lo ético y lo estético, tema clave de su trabajo: “Todo el discurso clasicista que se intercala por momentos en la obra de Gil-Albert tiene mucho de sabiduría recoleta, de crónica familiar trascendida a humanismo. Es una especie de ética que siempre remite a la estética como único factor de equilibrio de la experiencia vivida” (J. Manuel Caballero Bonald, 1981: 24).
Un artículo que muestra la admiración de un gran poeta por un hombre de fina sensibilidad, donde el estilo se convierte en protagonista para reflejar un mundo presidido por la belleza.
El artículo siguiente que comento se llama “Gil-Albert, ‘Breviarium’ de una conciencia”. Este estudio está escrito por Joaquín Calomarde y se centra en el mérito de una de las obras más singulares del escritor de Alcoy: el Breviarium Vitae.
¿Por qué ese interés de Calomarde por el Breviarium? En mi opinión, porque sintetiza, como pocos libros del escritor, muchas de las opiniones e ideas que tiene sobre el mundo, la sociedad, la religión, España, etc.
Por ello, Calomarde combina, para definir la labor del escritor en el Breviarium, la importancia del estilo y su adecuación al contenido, donde lo filosófico tiene un gran protagonismo: “Podríamos decir que el Breviarium Vitae de Gil-Albert es un ejemplo de cómo la literatura puede devenir pensamiento sin dejar de ser estéticamente perfecta y de cómo el arte puede devenir filosofía y pensamiento sin negarse a sí mismo como retórica, bien decir y estilo” (Joaquín Calomarde, 1981: 28).
Está claro que se centra en el Breviarium porque hace hincapié en la brevedad del estilo, cuando, como ya sabemos, no se ha caracterizado Gil-Albert por la sencillez y sí por el detalle y lo minucioso en su estilo narrativo. Sin embargo, el Breviarium es un buen ejemplo de concisión, lo que revela la madurez del escritor para llegar a la esencia de su pensamiento: “Conocerse ha sido para Juan consumirse, devorarse como una inmensa tea, solo, enorme doloridamente solo” (Joaquín Calomarde, 1981: 29).
Estas palabras nos recuerdan a los personajes de algunas novelas del escritor de Alcoy, como Richard en el Valentín o el protagonista de Los Arcángeles. Estos personajes reflejan el ascetismo del escritor, su búsqueda de la soledad como medio de conocimiento. Gil-Albert desea a los jóvenes protagonistas de sus novelas, pero su visión ética y estética de la vida le lleva a la idealización de tal sentimiento.
Para Calomarde, el Breviarium se presenta como reflexión, donde conviven ambas visiones (la ética y la estética) para crear una obra madura y plena: “El Breviarium, ya se dijo, es, a mi entender, una reflexión estética acerca del hecho sensible, subjetivo y privado de la conciencia, de una conciencia y un yo que no solamente conocen, sino que prioritariamente sienten y sufren” (Joaquín Calomarde, 1981: 30-31).
Se refiere a esa visión del hombre que piensa y el hombre que siente, lo que provoca la fusión de la conciencia (el pensamiento) y el yo (los sentimientos).
Por lo tanto, Calomarde insiste en la combinación de lo estético (la belleza del estilo) y lo ético (el contenido, sus ideas sobre la vida). Tanto es así, que llega a decir algo que lo explica muy bien: “La estética es, en Gil-Albert, una parte, sino la totalidad de su ética” (Joaquín Calomarde, 1981: 30).
Es necesario este tributo porque Calomarde conoce bien que la obra de Gil-Albert, pese a las digresiones y la variedad de los temas, tiene un solo argumento: dejarnos una visión donde la belleza de la forma no anula la honestidad de las ideas que expresa el escritor.
Continúo con el homenaje que Gerardo Irles le dedica en el título: “¡Visconti, Juan Gil-Albert!”. Este tributo insiste en una idea ya aparecida en Viscontiniana: la pasión de Gil-Albert por el cine del director italiano, su visión del arte de Visconti como algo total que supera el espectáculo cinematográfico y que se adentra en la evocación de un tiempo que se va.
La adhesión a Visconti por Gil-Albert surge también por el concepto que el gran director italiano tiene del arte como combinación de historia, música, pintura, etc. Es allí donde se identifican los gustos de ambos artistas. Dice Irles: “Porque la órbita de Visconti es la historia, lo histórico como ejemplar; un siglo, el XIX, que pervive hasta la primera conflagración europea” (Gerardo Irles, 1981: 52).
Para el crítico; Visconti representa mucho más que el cine, visión que coincide con la que mantuvo Gil-Albert. Tanto es así que Irles dice lo siguiente: “Lo que la filmografía de Visconti ha renovado no ha sido el cine, sino, desde éste, la ópera y el melodrama europeo” (Gerardo Irles, 1981: 52).
Irles hace mención de la importancia que La muerte en Venecia de Thomas Mann tuvo para Gil-Albert. Pero, por encima del libro, se halla la película de Visconti, soberbio ejemplo de todo lo que el escritor de Alcoy venera: el lujo, la belleza, la delicadeza.
El crítico dice a ese respecto: “Con Mann, la trinidad artística en que se sustenta Viscotiniana (Visconti-Gil-Albert, Mann) está ya completa. La obra que les hace coincidir: La muerte en Venecia. El librito no es uno de los que Gil-Albert prefiere del escritor alemán (La película es otra cosa. Visconti es el único director de cine que no empequeñece la obra literaria en que se basan sus filmes…)” (Gerardo Irles, 1981: 53).
Sostiene el crítico que hay un punto de coincidencia entre el Valentín y el personaje de Richard con el que encarna Dirk Bogarde en la película, es decir, con el músico alemán Gustav von Aschenbach en Muerte en Venecia. La otra identificación se halla entre el joven Valentín de la novela de Gil-Albert y Tadzio, el muchacho rubio por el que siente fascinación el músico alemán en la novela de Mann: “¿Hasta qué punto el Valentín no es La muerte en Venecia de Juan Gil-Albert –esto se puede entender casi literalmente, pues Valentín muere representando Otelo, la tragedia del moro de Venecia–? ¿No componen Richard y Valentín una pareja paralela a la del músico Aschenbach y el adolescente Tadzio?” (Gerardo Irles, 1981: 55).
Por tanto, para Irles la identificación existe, el personaje de la novela de Mann y el actor de teatro que mata por los celos tienen algo en común: ambos están obsesionados por la belleza y encuentran en dos jóvenes hermosos el motivo de su pasión. Si bien, como ya sabemos, el músico alemán muere mirando el mar que le señala Tadzio, es decir, de una forma más elegante que la violencia que supone la muerte en escena de Valentín a manos de Richard, en la novela de Gil-Albert.
Lo más interesante de este artículo es ver cómo el tema principal que aparece en varias novelas de Gil-Albert (Valentín, Los Arcángeles, Tobeyo o del amor) está presente también en la novela de Mann y, por ende, en la película de Visconti. Me refiero a la obsesión por la belleza de un hombre solitario, condenado a la tragedia.
Como vemos, Gil-Albert descubre en Visconti una forma de asumir la cultura y el deseo del director italiano de evocar un tiempo que se escapa es el que siente también el escritor de Alcoy ante la desaparición de una época gloriosa, su infancia y su juventud, que no quiere dejar de recordar en sus novelas: Crónica General o Los días están contados, entre otras.
Otro interesante artículo que aparece en la revista de la UNED es el que escribe César Simón titulado: “La poesía de Gil-Albert”.
Ya sabemos que el poeta valenciano le dedicó a Gil-Albert muchos estudios y, en todos ellos, ha sido muy certero a la hora de revelarnos aspectos muy curiosos de la obra y de la vida del escritor de Alcoy.
Este artículo se estructura en dos apartados muy reveladores: 1) El lenguaje figurado en la obra de Gil-Albert y 2) El pensamiento en el escritor.
Acerca del lenguaje figurado destaco la precisión en catalogar los primeros libros de poesía del escritor.
Dice Simón, al respecto de sus primeras obras lo siguiente: “En cuanto al lenguaje figurado, la primera etapa se halla representada por Misteriosa Presencia y Candente horror, los cuales, aunque de intenciones muy distintas, utilizan técnicas semejantes, a medias entre el manierismo preciosista y el superrealismo” (César Simón, 1981: 90).
Lo que el poeta valenciano quiere decir se hace muy visible en estos libros, predomina el lenguaje que refleja el dolor. Por ello, para expresar la miseria del mundo real, Gil-Albert elude el esteticismo que sí aparecerá en otros libros de su poesía.
César Simón señala que el escritor alicantino utiliza en estos libros los procedimientos de la poesía contemporánea: “Especialmente los desplazamientos calificativos, las imágenes visionarias, las visiones, los símbolos y las rupturas” (César Simón, 1981: 95).
Pero, al llegar Son nombres ignorados, el siguiente libro de versos del autor, desaparece este surrealismo y se decanta el escritor por el clasicismo, creando bellas imágenes. Por ello, el poeta valenciano dice que esto influye en la aparición de nuevas figuras estilísticas: “Predominarán, de ahora en adelante, la comparación, la metáfora impura y la alegoría, así como la alternancia en las formas de elocución, la interrogación y los principios de diálogo, propios de un poeta que se dirige al hombre” (César Simón, 1981: 95).
La poesía posterior, como veremos en el extenso estudio que le dedico a la misma, busca ahondar en el pensamiento. Por ello, adquiere un sentido más filosófico, donde el panteísmo de Gil-Albert se manifiesta con toda su grandeza. El poeta valenciano lo sabe y dice acerca de sus libros que siguen a Las Ilusiones: “En las tres últimas entregas, Concertar es amor, Poesía y Los Homenajes, tiene lugar una intelectualización expresiva –y de actitud– que culmina sobre todo en las dos últimas” (César Simón, 1981. 96).
César Simón deja un lado Las Ilusiones porque, como veremos más adelante con mayor detalle, supone un verdadero cambio hacia una unión mayor de su estética y su ética de vida. Se convierte en un libro hermoso como pocos, donde expresa, con gran honestidad, su vitalismo y su admiración hacia la belleza del mundo.
En el apartado dedicado al pensamiento, Simón cita frases como ésta: “Sin embargo, la concepción de Gil-Albert se encuentra más cerca de un Cosmos que de un Caos. La vida se presenta como algo excepcional; el universo, como una armonía de contrarios en la que el hombre debe saber instalarse con sabiduría” (César Simón, 1981: 97).
Por todo ello, la obra de Gil-Albert se sustenta en el goce de los sentidos, porque transforma en belleza todo lo que contempla y destierra (salvo en los primeros libros de poesía, sobre todo en Candente horror) el dolor, convirtiendo el placer del ocio en una forma de vivir la vida.
Nos dice el poeta valenciano algo muy significativo: el sentido de la individualidad del escritor. Por mucho que hable de los oficios en uno de sus libros, el poeta es un hombre que vive para conocerse, un ser ascético en su inevitable soledad: “Gil-Albert insiste en el valor de la individualidad. El hombre es, al mismo tiempo que ente social, sujeto inviolable; un ser que convive pero que encuentra el alimento básico en sus reductos más íntimos” (César Simón, 1981: 98).
Y no es menos interesante lo que dice el poeta valenciano acerca del rechazo de Gil-Albert al concepto de pecado y de mancha. Para César Simón, el escritor de Alcoy suprime toda visión cristiana del mundo, porque en él, como una herencia esencial, reside la cultura helénica y su paganismo: “No hay manchas en la naturaleza humana. El pecado no existe; el delito, la vileza –como términos civiles–, sí. La naturaleza no ha sido degradada, la convivencia, sí” (César Simón, 1981: 99).
Este concepto de convivencia como degradación tiene mucho que ver con el problema español, es decir, con el conflicto que surgió en la Guerra Civil española, donde la convivencia se alteró para dejar un terrible escenario de violencia y muerte, como quedó muy claro en el libro de Gil-Albert: Drama Patrio.
Y no puede dejar de lado en este artículo el concepto que tiene Gil-Albert del ocio. No se refiere el escritor al ocio como el que llevamos a cabo cuando no se ejercita ninguna labor, sino a un ocio creador, que se sustenta en la contemplación, como paso previo a la creación de una obra madura y rica como la que nos dejó el escritor de Alcoy: “La actitud del artista estriba en el culto al ser a través del ocio. Se entiende, pues, que el ocio consiste no en la estéril pereza del jugador de naipes –antihéroe del ensimismamiento– sino en la actividad creadora del filósofo o monje, en el ejercicio sin pausas de la consciencia” (César Simón, 1981: 99).
Esa voluntad que supone la creación en soledad la puso de manifiesto el escritor alicantino en un libro tan interesante como Los Arcángeles donde el personaje permanece aislado del mundo en una celda, para desarrollar mejor su labor intelectual.
En definitiva, César Simón nos adentra, con sutileza, en el mundo de Gil-Albert, insistiendo en el amor del escritor por el yo y por el goce de los sentidos. De todo ello nace su condición de hombre que desarrolla el ocio, no como actitud pasiva ante la vida, sino como un ámbito necesario para la creación intelectual.
El artículo que comento seguidamente es el de José Vicente Selmes titulado “La estética del fragmento en Juan Gil-Albert”. Lo más destacable de este estudio es la visión del crítico del fragmento como una herencia cultural que ha impregnado el siglo XIX y el siglo XX. Se refiere a esa condensación que algunos escritores han tenido para expresar su pensamiento. En el caso de Gil-Albert, no ha habido muestras muy sólidas de ello, salvo el Breviarium Vitae, como ya comentó Joaquín Calomarde en su artículo comentado anteriormente.
José Vicente Selmes dice sobre el fragmento en la literatura: “La concepción del fragmento en la obra de F. Nietzsche ha iluminado a su vez a buena parte de nuestra mejor literatura. La simple lectura de José Bergamín o el cuidado tacto de Gil-Albert son buena muestra” (José Vicente Selmes, 1981: 105).
Es curioso que cite a Bergamín porque su prosa fue muy apreciada por el escritor de Alcoy, como pudimos ver en los comentarios que éste hace a la obra y la figura de Bergamín en Memorabilia. Es necesario citar la impresión que el lenguaje de Bergamín dejó en Gil-Albert: “Por consiguiente, sus contertulios de aquella tarde no podían más que traducir a un estado lleno, de sintaxis corriente, eso sí, rezumante de esencias personalísimas que barruntaban, un modo de expresión que sí, como he dicho, era propia del arabesco, no acusaba menos su estirpe taurómaca, dando lugar a un estilo que podríamos calificar, y siempre entre españoles, de arabesco con banderillas” (Juan Gil-Albert, 2004: 174).
La influencia de Nietzsche ya ha quedado clara en el estudio de la prosa dedicada al escritor.
Por todo ello, José Vicente Selmes acierta en esas huellas culturales que confirman un estilo abundante, pero que, en ciertas ocasiones, no excluye lo breve, lo conciso.
Cita el crítico la consideración que para Bergamín tuvo el aforismo: “El aforismo será pues una dinámica natural del pensamiento, estimulado por el enigma del juego del conocer” (José Vicente Selmes, 1981: 106).
Si para Bergamín lo breve, pero sustancioso, enriquecido por el ingenio es clave en su obra, para Gil-Albert significa una estética, donde lo conciso no excluye lo profundo, sino que lo intensifica: “Una sabiduría hecha de los ecos de la mente y la experiencia que combate la gratitud del sistema, se concreta en la tradición oral y reintegra el conocimiento a su voluntad de juego, a su encarnizado riesgo, a la plenitud del instante que abre y cierra el círculo del tiempo” (José Vicente Selmes, 1981: 106).
Gil-Albert madura, con el fragmento, su pensamiento, lo lleva a lo esencial, sin la minuciosidad que nos depara el texto largo. En el fragmento se encuentra la madurez de su visión del mundo, el ingenio del pensador.
Menciono estas líneas del artículo que corroboran lo que acabo de expresar: “El fragmento permite en Gil-Albert, pues, la expresión idónea del pensamiento” (José Vicente Selmes, 1981: 108).
Para concluir con este artículo, cito unas palabras del Breviarium Vitae donde el escritor de Alcoy aguza el ingenio y nos ofrece, sin extenderse demasiado, toda su idea del ocio como su visión ética y estética del mundo: “Una pequeña habitación con libros y recuerdos; en una capa azul unos jazmines. La ventana abierta al horizonte. Soledad del ánimo y pujanza de la vida entornada. Ningún desgaste fútil: sólo reservas. Más impalpable que la misma música, silencio rítmico, nuestra respiración se adentra en la eternidad” (Juan Gil-Albert, 1999: 339).
Con esta breve descripción, el escritor expresa su esencia, derivada hacia la elegancia, el lujo (entendido como refinamiento) y la soledad. Toda una muestra de la importancia del fragmento como resumen de las ideas de Gil-Albert.
Concluyo este homenaje de la revista L’Arrel que le dedicó la UNED de Elche con el artículo titulado: “’Los viñedos’ de Juan Gil-Albert: espejo del mundo”, escrito por Rosendo Tello Aína.
Lo que más me interesa de este estudio son sus comentarios a un poema del escritor de Alcoy titulado “Los viñedos”, se trata del quinto poema de Las Ilusiones. Fue escrito en México y publicado en 1944, en el exilio del escritor.
La visión de España y de su Mediterráneo es esencial en el poema, pero lo más destacable es la alternancia del presente y el pasado en el mismo: “De los siete grupos de versos que comprende ‘Los viñedos’, los tres primeros expresan el tiempo virginal de la manifestación; en ellos presenta el desocultamiento vegetal hasta abrirse a la presencia plena, en el tiempo radiante del presente. En el cuarto grupo, el tiempo del presente resbala hacia el pasado” (Rosendo Tello, 1981: 123).
Nos preguntamos: ¿Por qué ocurre esto? Al analizar la obra poética de Gil-Albert en la segunda parte del trabajo, es necesario ver que la evocación de la tierra natal es clave en su forma de entender el presente, donde el paisaje del exilio se convierte en un espejo de sus orígenes.
Rosendo Tello habla de dos planos en el poema, uno es el despertar de los viñedos y de la creación del mundo. El otro es la aparición del hombre y, por ende, de la melancolía que el paisaje suscita. El poder de la evocación cobra relevancia en el poema, logrando la emoción del lector, nacida de la melancolía y de la nostalgia que el poeta expresa en sus versos al recordar los viñedos.
Sería demasiado extenso comentar el poema, como sí lo hace Rosendo Tello, pero en un futuro libro dedicado a su poesía contribuiré a desentrañar muchos temas que aparecen en su obra poética.
Por ello, cito aquí sólo el interés del crítico por el poema como manifestación del efecto que la sensibilidad del escritor, su compromiso ético y estético con lo que escribe, nos deja en sus lectores.
También destaca Rosendo Tello que el escritor alicantino utiliza el endecasílabo como verso principal en la mayoría de su obra. La explicación no es difícil, ya que este verso busca la serenidad y la contención, que corresponde con el espíritu clásico de Gil-Albert: “En la época posterior se afianza el canon clásico presidido por la medida del endecasílabo, instrumento que en Gil-Albert se ajusta, como un freno, a la dicción serena y a la reflexión de la contemplación apolínea, canalizada, a veces, en el molde de la estrofa” (Rosendo Tello, 1981: 120).
Antes de este uso del endecasílabo, el escritor había alternado el soneto con el verso libre, donde podía expresar mejor el horror y la fealdad de la Guerra Civil española en su libro más impactante sobre todo ello: Candente horror.
El triunfo del endecasílabo es también la victoria de un estilo poético más sosegado y maduro, donde culmina su visión ética y estética del mundo.
Concluyo así este repaso a la revista L´Arrel, no sin insistir en que el homenaje que la UNED le otorga es uno de los más bellos testimonios de admiración hacia un hombre de la talla de Gil-Albert.

 


Conclusión: los homenajes a Juan Gil-Albert

He hecho un repaso a algunas de las revistas más importantes que han dedicado homenajes a la figura y a la obra de Juan Gil-Albert.
El recorrido de las revistas no ha sido cronológico, ya que me ha interesado más hacer un repaso primero por las revistas más recientes, como es el caso de El Mono-Gráfico, donde sólo aparecen tres artículos referidos a Gil-Albert. Uno de ellos, el de César Simón, titulado “Juan Gil-Albert: a modo de semblanza”, figura en un estudio aparte por considerarlo necesario, ya que profundiza en el ser humano y nos cuenta muchos detalles de su forma de vestir, su carácter, etc.
De los otros dos artículos, el de José Romera Castillo, que fue durante mucho tiempo decano de la UNED y es profesor titular de dicha Universidad, se centra en el componente autobiográfico en la obra de Gil-Albert.Se titula “Junto a Juan Gil-Albert” y ofrece un gran interés para comprender la importancia del yo en el escritor de Alcoy.
Pedro Gandía Buleo es el autor del otro artículo aparecido en la revista, titulado: “El conocimiento del no conocimiento”, el crítico insiste en la idea del amante en la obra de Gil-Albert, como un ser que aspira a la unión con el Cosmos, buscando más lo espiritual que lo material. Los ejemplos que dedica al Tobeyo o del amor o Los Arcángeles son muy significativos de esta idea del amor como algo puro y, por ende, no carnal.
La revista Anthropos dedica también un interesante homenaje a Gil-Albert. He destacado algunos artículos interesantes como el de Pedro J. de la Peña titulado: “Juan Gil-Albert: Los años formativos” o el de José Carlos Rovira, cuyo título es “Acerca de personas y personajes que pueblan la casa-mundo”.
Pero el artículo que más me ha llamado la atención ha sido el de Francisco Brines que lleva por título: “Vigencia de los mitos en Juan Gil-Albert”. El poeta valenciano insiste en la paganización de los mitos bíblicos por parte del escritor alicantino. Hay ejemplos muy destacables que Brines expone con gran brillantez, como el del rey David convertido en un adolescente, reflejo del mundo helénico, por su belleza y su valentía. El poema al que hace referencia se titula “Endecha al rey David” y forma parte del libro de Gil-Albert Las ilusiones.
De la revista La Casa del Pavo he destacado muchos artículos. Todos ellos son de gran interés, aunque resulta muy curioso, por el tema que plantea, el de Javier Pérez Escohotado titulado “Breve noticia de lo árabe en Gil-Albert”, donde el crítico señala la influencia árabe en la poesía del escritor de Alcoy.
Llama la atención también el artículo de Salvador Moreno titulado “Juan Gil-Albert y su homenaje a México” donde el músico mexicano nos habla de la relación que tuvo con el escritor durante su exilio y nos cuenta detalles sobre una de las novelas que transcurren en su país: Tobeyo o del amor.
Es de indudable interés el breve estudio que lleva a cabo Luis Antonio de Villena sobre la condición de filósofo del escritor alicantino. La comparación que Villena establece con el poeta Cavafis es digna de mención, ya que ambos creadores defienden un sentido ético y estético de la vida muy parecido, como se encarga de explicar el poeta y crítico madrileño.
No hay que olvidar el artículo de José Carlos Rovira titulado “Diario de un adepto”, que constituye un sentido y bello homenaje al escritor, ya que Rovira se considera lector adepto de Gil-Albert, porque su obra le ha cautivado plenamente al reflejar todo un mundo de evocaciones culturales, de vivencias personales, de detalles que nos revelan la labor de un gran intelectual de nuestro tiempo.
Y, desde luego, merece nuestra atención la concesión de la Medalla de Oro de la ciudad de Alcoy al escritor y el nombramiento de Hijo predilecto de dicha ciudad, lo que representa el más sentido homenaje a Gil-Albert, ya que parte de la ciudad que le vio nacer.
Concluyo con este resumen de los homenajes, haciendo mención del tributo que le dedicó la Universidad de Educación a Distancia y su sede en Elche, concretamente, a través de la revista L’Arrel, donde se pueden leer artículos muy interesantes sobre el escritor de Alcoy.
Destaco, como uno de los más bellos, el de César Simón titulado “La poesía de Gil-Albert”, que contribuye a acercar mejor el interés hacia la figura y la obra del escritor. Su estudio revela que no existe el concepto de pecado en su obra y que el escritor es un asceta, envuelto en su ardua labor de crear, tras la contemplación del mundo, una obra presidida por la belleza.
No debemos olvidar el artículo de Caballero Bonald donde expresa que el estilo del escritor de Alcoy refleja la elegancia de su autor y pone, como ejemplo, uno de los mejores libros de Gil-Albert: Crónica General, verdadero retrato de una época y de los personajes fascinantes que participan en ella. El artículo se titula: “Texto leído en la presentación de la “Obra poética completa” de Gil-Albert”.
Hay otro importante documento que aparece en la revista, se trata de una conferencia que Gil-Albert dio el 9 de abril de 1981 en el Salón de sesiones del Excmo. Ayuntamiento de Elche, con el título “El caos: Como manifestación espontánea de mi solidaridad”. Nos habla de un hombre sensible cuyos orígenes, sus abuelos, él aragonés y ella valenciana, han marcado su vida para siempre.
La calidad humana del escritor se pone de manifiesto en esta conferencia, ya que insiste en la importancia de la memoria y de los sentimientos, como la mejor base para mejorar nuestra vida en el mundo.
No dejo de lado la mención del artículo de Gerardo Irles titulado “¡Visconti, Gil-Albert!”, donde el crítico insiste en la pasión del escritor por la obra del director de cine italiano. Visconti expresó, para Gil-Albert, en sus películas una visión total del arte, siendo su estética un ejercicio de prestigio cultural, donde se excluye lo banal y se refina la sensibilidad, en pos de un tiempo que se escapa para siempre. Por todo ello, el escritor de Alcoy considera que Visconti no es el cine, ya que expresa muchas más cosas que las que el séptimo arte manifiesta.
No hay que olvidar que Gil-Albert despreció el cine, por no decantarse entre lo real o lo ficticio, siendo un espectáculo postizo, donde no se alcanzaba, salvo contadas excepciones como la obra de Chaplin, la emoción que encontraba en la pintura o el teatro.
Este extenso recorrido por las revistas que le dedicaron importantes homenajes sirve para conocer mejor el tributo que muchos intelectuales (críticos, escritores, músicos), interesados en algunos aspectos de su obra o incondicionales como Rovira, le han ofrecido para resaltar su visión ética y estética de la vida.


Curriculum de Pedro García Cueto

Pedro García Cueto nació en Madrid el 21 de julio de 1968. Es licenciado y doctor en Filología Hispánica por la UNED y licenciado en Antropología Social y Cultural por la misma Universidad. Es profesor de Educación Secundaria en la especialidad de Lengua Castellana y Literatura desde 2001. Ha publicado cuatro libros de ensayo, tres sobre la obra de Juan Gil-Albert (La obra en prosa de Juan Gil-Albert, El universo poético de Juan Gil-Albert y Juan Gil-Albert y el exilio español en México), y uno sobre doce poetas valencianos contemporáneos titulado La mirada del Mediterráneo. Ha publicado un libro de poemas en la editorial Ars Poética titulado El sueño de las alondras; también ha colaborado en el libro Escritos para el cine de la Fundación Rebross de Extremadura, además de artículos en revistas literarias y de cine desde 2007 hasta la actualidad. Ha participacdo en el Congreso Internacional Juan Gil-Albert 3 al 6 de abril de Alicante y Alcoy, 2019

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