JUAN GIL-ALBERT Y MARÍA ZAMBRANO: UN SENDERO DE AMISTAD
Por Pedro García Cueto
El escritor e investigador Ramón Fernández
Palmeral nos dejó un bello artículo en el diario Información de Alicante el 19
de julio del 2004 titulado “Tres dedicatorias prueban una amistad de 32 años
entre Gil-Albert y María Zambrano”.
Es interesante, para conocer mejor al
escritor alicantino, ahondar en este artículo, donde expone los lazos de
amistad entre los dos escritores.
Sostiene Fernández Palmeral que Gil-Albert
dedicó varios libros suyos a la escritora María Zambrano. Este hallazgo vino
tras investigar Palmeral en la Fundación María Zambrano. Allí encontró tres
libros que el escritor alicantino dedicó a la pensadora, firmados en 1936, 1957
y 1968, respectivamente, además de una carta y una tarjeta postal.
El artículo de Palmeral es muy oportuno, ya
que, tanto Gil-Albert como María Zambrano celebraron en el año 2004 el
centenario de su nacimiento (María el 22 de abril de 1904 en Vélez-Málaga y Juan el 1 de abril de 1904 en Alcoy, en la
calle San Lorenzo 11, donde estuvo ubicada la ferretería El Toro, propiedad de
la familia).
Fernández Palmeral nos habla de los libros
dedicados por el escritor alicantino a la escritora malagueña: el primero, es Candente Horror, libro de poesía, publicado
en Edición de Nueva Cultura en Valencia,
en 1936. Hay una dedicatoria que es importante conocer: “A María Zambrano con
la seguridad recibida desde el primer momento”, esta dedicatoria tiene que ver
con el encuentro que tuvo Gil-Albert con la escritora cuando ambos vivían en
Madrid y con la casa de María Zambrano en Plaza del Conde de Baraja, donde
solían reunirse un grupo de intelectuales en animada tertulia. A aquellas
reuniones asistieron también
poetas de la talla de Miguel Hernández, Emilio Prados, Rafael Alberti y
García Lorca.
El segundo libro dedicado por el escritor a
la pensadora fue Contra el cine, en
1955, en la edición Mis Cosechas. La dedicatoria dice: “A María Zambrano este
divertimento que apunten más hondo” (Ramón Fernández Palmeral, 2005: 3).
Continuando con las dedicatorias, cita
Palmeral el último libro que el escritor le dedica a María Zambrano. Me refiero
a La trama inextricable, editado por
Mis Cosechas, en Valencia, en 1968. Dice así el escritor alicantino: “A María,
alma, arraigada, de su tierra, hasta ver, donde se encumbre, más España y
España misma: De su solitario, Juan” (Ramón Fernández Palmeral, 2005: 3).
Continuo con las palabras del investigador:
“Demostrada que la larga amistad entre Juan Gil-Albert y María Zambrano no fue
esporádica, sino que abarca un período muy largo de 32 años. Además, María
forma parte del jurado que le concedió el Premio Nacional de Poesía a Juan
Gil-Albert en 1938, y que luego fue anulado por decisión de Wenceslao Roces y
se lo concedieron a Pedro Garfias (Ramón Fernández Palmeral, 2005: 3-4).
No hay que olvidar las cartas que María
dedicó a Gil-Albert desde Píese (Francia) fechadas el 15 de diciembre de 1968,
el 30 de abril de 1970 y el 22 de febrero de 1974.
No es casualidad que José Carlos Rovira,
importante estudioso de Gil-Albert, en su introducción a Fuentes de la constancia (recordemos
que esta antología fue todo un hallazgo para el mundo cultural español, gracias
a la editorial Ocnos y a la insitencia de Joaquín Marco) cite la figura de
María Zambrano y su ensayo titulado Filosofía
y Poesía. En la introducción a
tan importante antología para el reconocimiento de la figura del
escritor alicantino, José Carlos
Rovira cita a la escritora cuando ésta
dice lo siguiente: “La
verdad de que pensamiento filosófico y poesía se enfrentan seriamente en
diversos grados que llegan hasta la exclusión total, a lo largo de nuestra
cultura, desgarrándola” (José Carlos Rovira, 1984: 46).
Todo
ello es útil para explicar que la obra de Gil-Albert sí tiene que ver con la filosofía. Para
Rovira, la poesía del escritor alicantino busca ahondar en lo filosófico, en el
pensamiento humano: “Clave quizá también de un escritor que ha hecho poesía y,
al hacerla, ha penetrado, buscando resonancias para la propia vida, en el
ámbito filosófico, un escritor cuyo buceo en el pensamiento ha sido temprano y
duradero, y cuyas referencias filosóficas serán por tanto continuas…” (José
Carlos Rovira, 1984: 47).
No en vano, el escritor alicantino deja muy
claro este apego profundo a la filosofía en su obra A los presocráticos, donde Gil-Albert dice: “El primer contacto, en
mi juventud, con el pensamiento estético, que esto es la filosofía, una
ambición y un anhelo de dar forma coherente y seductora al pensar…” (Juan
Gil-Albert, 2004: 463).
Las páginas de Memorabilia nos hablan también
del rastro de amistad entre María Zambrano y Juan Gil-Albert, cuando, tras
describir a los poetas que venían a su casa de Valencia (Cernuda, Altolaguirre
o León Felipe, entre otros) nos hace un retrato de la pensadora: “O con María
Zambrano, cuya miopía la hacía más concentrada, dándole, por el gesto
circunflejo de los ojos, ese aspecto entre inquieto y afligido que los
tallistas tradicionales gustan de
imprimir a las vírgenes andaluzas” (Juan Gil-Albert, 2004: 149).
No hay duda que el escritor alicantino supo
ver, querer y admirar a la escritora andaluza. La fidelidad en la relación de
amistad entre ellos prueba que María Zambrano también quiso y admiró a Gil-Albert.
CONCLUSIÓN: UN SENDERO DE AMISTAD
He
querido incluir este apartado acerca de la relación entre María Zambrano y el
escritor alicantino, ya que supuso una de las
amistades más sólidas y duraderas de éste útltimo.
Gil-Albert tuvo una gran relación con
escritores de la talla de Max Aub, Manuel Altolaguirre o Emilio Prados, pero no
sólo fue buen amigo de novelistas o poetas, sino también de pintores, tal fue
su sólida relación con Ramón Gaya y de músicos, como la ya comentada amistad
con Salvador Moreno. Todo ello demuestra claramente que el escritor alicantino
fue amigo de hombres de gran talento. Lo que nos preguntamos tiene que ver con
su relación amistosa con mujeres, cuando, en muchas ocasiones, se pronunció en
contra de la capacidad intelectual de las mismas, como puede verse, por ejemplo
en Breviarium Vitae o en el Heraclés.
Dicha
cuestión encuentra una clara respuesta al conocer la amistad sólida con María
Zambrano a lo largo de los años y las dedicatorias que ambos se dedicaron. No
fue la única, ya que mantuvo una gran amistad con Concha de Albornoz, no en
vano, el personaje de Magda en Viscontiniana
está inspirado en ella.
La relación con María nació de la afinidad
hacia la cultura, pero también por el gran interés de Gil-Albert hacia la
filosofía, en pos de un encuentro con la verdad, a través del pensamiento. Por
ello, María Zambrano fue un gran empuje para el escritor, ya que alentó la
búsqueda de éste de las grandes verdades del mundo.
Por todo ello, y sin eludir el compromiso ideológico
que les unía con la República española, la amistad de ambos fue muy importante
en un período clave de la historia de España.
LAS AFINIDADES ENTRE EL PENSAMIENTO DE MARÍA ZAMBRANO Y DE JUAN GIL-ALBERT
En este apartado, una vez situada la
corriente de admiración y de amistad que unió a la escritora anadaluza y a Juan
Gil-Albert, me parece interesante ahondar en las afinidades que el pensamiento
de ambos tuvo sobre diferentes temas.
LA
VISIÓN DE ESPAÑA DE JUAN GIL-ALBERT Y DE MARÍA ZAMBRANO
Uno de los aspectos que ha suscitado mi
interés es la comparación entre la visión de España de la pensadora andaluza y
la que mantuvo el escritor alicantino.
He elegido dos libros que me parecen
significativos para entender la afinidad que existe entre ambos intelectuales
en su visión de España: España, sueño y
verdad de María Zambrano y Drama
Patrio de Juan Gil-Albert.
Ambos escritores coinciden en que España no
ha logrado el progreso que podía haber conseguido. Las razones son varias. La
principal ha sido la ausencia de un pensamiento racional que haya servido para
una mayor evolución de las ideas y, por consiguiente, del progreso intelectual
del país.
Es importante, por tanto, citar los libros
de ambos autores donde se llega a una conclusión muy similar sobre el problema
de España.
Dice María Zambrano en su estudio: “La
historia de España no sigue a la del resto de Occidente, nuestro tiempo no es
su tiempo, vamos antes o después o antes y después –lo cual es tragedia-.
España no ha aceptado su historia; hay tantas pruebas de ello…, hasta en la
misma pobreza de nuestra historiografía” (María Zambrano, 2002: 124).
Como podemos ver, la pensadora hace una
crítica a la falta de sincronía de un país que se ha ido formando a empujones
y, por tanto, ha carecido de un pensamiento organizado y racional.
No es muy distinto este diagnóstico de la
escritora andaluza que el que retrata Gil-Albert en Drama Patrio a la vuelta de su exilio: “Estos años en la España actual ampliaron
un horizonte en cuanto al desentrañamiento de mi país, haciéndomelo
vivir en otra situación de las ya conocidas: última etapa monárquica,
dictadura, República, guerra civil, exilio. Ahora que todo parece comenzar a
crujir, y que nuestro oído recoge de lo hondo el rumor que presagia el avance
de un acontecer desconocido, creo que era necesario unir esta experiencia a las
pasadas para acabar de ver, a la luz cruda de un desarrollo completo de los
hechos, la catadura del fondo patrio” (Juan Gil-Albert, 2004: 204-205).
Como
podemos deducir, esta “catadura” tiene que ver con un país que no ha logrado
llegar a un proceso de regularización de las ideas, cuyo camino es singular y
atípico al resto de los países de Europa.
Si quedara alguna duda sobre todo esto,
María Zambrano coincide con la idea de Gil-Albert de una continua fragmentación
del país, lo dice en su estudio: “Y es que España no es una nación, sino más y
menos: el germen de un continente, yo diría en vías de nacimiento y siempre
interrumpido”.
Quizás la España actual pueda salvarse de
ese destino, pero no la que ellos vivieron: la dictadura de Primo de Rivera dio
lugar a la Republica y ésta, en pocos años, a la Guerra Civil. Como vemos, no
existió estabilidad, como tampoco ocurrió en el siglo XIX ante la frecuencia de
los golpes de estado de los generales.
Gil-Albert ya criticó en Breviarium Vitae la abulia del español,
donde algunos hombres de gran valía se en Breviarium encontraban con la
ignorancia generalizada del país. Cito estas líneas del Breviarium: “En España unos se realizan por pereza, porque los deseos
han sido excesivos
y las fuerzas no ayudan. Algunos cumplen el
esfuerzo debido, pero,
¡ay, inutilidad o redundancia!, para
ponerlo al servicio de causas
ganadas o perdidas, pero
ya periclitadas” (Juan Gil-Albert, 1999: 400). Esta decadencia tras el apogeo
es uno de los mayores males del carácter español, según comenta Gil-Albert.
Hay, como vemos, una idea de España que les
identifica: la imposibilidad de avanzar, tras los ímprobos esfuerzos de
algunos, hacia un progreso general.
La razón no parece difícil de adivinar, se
centra en el temperamento exaltado del español que no ha dejado crecer el árbol
que plantó. Ocurrió de ese modo en los breves años que duró la II República,
cuyo dramático final es muy conocido por todos.
LA FIGURA DE JOSÉ ORTEGA Y GASSET
Otro tema que unió al escritor alicantino y
a la pensadora andaluza fue la figura de José Ortega y Gasset.
Si Gil-Albert le dedicó al filósofo el
estudio: “A propósito del Arte, de Ortega y Gasset y otras cuestiones patrias”
que formó parte de su libro Los días
están contados, María Zambrano también le dedica a la figura de Ortega un
apartado en su estudio España, sueño y
verdad. Podemos observar una admiración común hacia la obra del gran
filósofo español.
Dice el escritor alicantino sobre Ortega y
su estilo: “Pocas veces se lee, en español, a alguien que dé la impresión de
estar vertiéndose sobre nosotros con una mayor comodidad de comunicación con el
prójimo. Tan bien sentado en el alto sitial de su maestría” (Juan Gil-Albert,
2004: 320).
María Zambrano analiza en España, sueño y verdad, (cuya primera edición
apareció en 1965 y su reedición en el año 2002) la figura de Ortega como una de
las más innovadoras de la filosofía española. Para la pensadora hay dos
virtudes claves en Ortega: la claridad de su pensamiento y la generosidad
intelectual del mismo. Dice acerca de la
claridad: “Se es claro cuando
se está claro consigo mismo; la claridad es producto de la
coherencia de la vida, según resplandece en las Meditaciones…” (María Zambrano, 2002: 146). Se refiere a las Meditaciones del Quijote, una de las grandes
obras de Ortega. No en vano, María Zambrano sentirá un interés continuo hacia
la figura de D. Quijote en su pensamiento filosófico.
La otra virtud que cita la pensadora sobre
la figura de Ortega es la generosidad intelectual. Dice así: “Su raíz podría
ser la siguiente: el aceptar Ortega al par su circunstancia española y la
existencia de la filosofía, realizó un acto de fe y de amor. De fe en el
pensamiento y de amor en la tradición y en la circunstancia” (María Zambrano,
2002: 146).
Para la escritora andaluza, el gran esfuerzo
de Ortega se centra en conseguir que la filosofía cobre vida y deje de ser como
un estudio fantasma en la vida española: “La vida española se había resistido a
la filosofía como se había resistido a la historia, y al hacerlo se había
resistido a la vida” (María Zambrano, 2002: 149).
Considera María Zambrano que otros habían
realizado el esfuezo de dar vida a la filosofía en España, como Sanz del Río,
quien importó de Alemania la filosofía krausista. Pero fue, sin duda alguna,
Ortega quien creó unas ideas innovadoras, donde el pensamiento español podría
asentarse. Se refiere a la aparición de obras como La rebelión de las masas
o a la creación de la razón vital, claves en el pensamiento del filósofo.
La pensadora andaluza lo deja muy claro en
su libro: “No encuentro fórmula más fiel para expresar el programa de la
filosofía de Ortega, su exigencia, su dádiva. Que la razón se disuelva a sí
misma a fuerza de entenderse; que la vida se apure, para dejar, celosa, de
ocultarse. Que vida y razón no se
oculten la una a la otra. ¿Se podrá lograr?” (María Zambrano,
2002: 155).
Coincide Gil-Albert en su admiración por
Ortega. Por ello, cito estas apasionadas líneas de “A propósito del Arte, de
Ortega y Gasset y otras cuestiones patrias”, donde expone la labor y la valía
del filósofo como caso singular en la historia del pensamiento español: “En
España, país de gentes a las que Pérez de Ayala aplicó la calificación
contradictoria, y certera, de apáticos-apasionados, Ortega y Gasset personifica
un tipo de hombre excepcional, abierto, escrutadoramente, al panorama nacional
de todas nuestras cuestiones históricas, es decir sociales, correspondientes a
nuestra sociedad, a la sociedad española. Haciéndolas, de adormecidas,
palpitantes. Vitalizándolas” (Juan Gil-Albert, 2004: 325).
Todo un testimionio de admiración al
filósofo de dos grandes intelectuales del siglo XX.
LA
PINTURA COMO VISIÓN ESTÉTICA DE LA VIDA
Para terminar este apartado, comento otra
importante afinidad entre María Zambrano y Juan Gil-Albert: la pintura.
Para el escritor alicantino fue, como ya
hemos comentado en otros apartados de este trabajo, una de sus grandes
pasiones. Su gran amistad con el pintor murciano Ramón Gaya fue una de las
manifestaciones de su gusto por lo pictórico. Pero conoció, en su larga
vida, a otros muchos artistas
valencianos que se interesatron o se dedicaron a la pintura, como fue el caso
de los pintores Genaro Lahuerta y Pedro de Valencia.
Quiero centrarme en los comentarios que
Gil-Albert dedica a la figura y a la pintura de
Ramón Gaya y que coinciden con la visión que tiene María Zambrano de la
obra del pintor murciano.
Dice así el escritor: “Gaya parece ver las cosas como son, como las vemos todos,
con pupila
cotidiana, sin extravagancias ni introversiones, exactamente, diríamos, como
los demás, normalmente, “vulgarmente”, pero al sustituirmos, ayudado por la
analogía de su mundo con el nuestro, de nuestra visión por la suya, el
resultado a nuestro favor es un enriquecimiento del que no nos damos cuenta
exacta, pero que nos eleva sobre nosotros mismos, sin desorganizarnos, y de ahí
lo educativo que es” (Juan Gil-Albert, 2004: 145).
Una visión muy semejante nos da María
Zambrano en España, sueño y verdad cuando
cita la impresión que los cuadros del pintor murciano producen en el que los
ve, una visión exenta de todo aquello que no sea naturalidad: “No. Los cuadros
de Ramón Gaya no actúan como estímulo sobre el sistema nervioso, ni llaman a
despertarse a los monstruos adormecidos en la subconsciencia, ni estremecen
violenta y superficialmente el alma…” (María Zambrano, 2002: 283).
Lo que
consigue la pintura de Gaya para la pensadora es calma, la contemplación ante
la belleza de lo pintado: “Y este quedarse, que es quedarse en calma y en
silencio –en el de dentro también-, supone un sobrepasar un cierto pasmo
aceptándolo, que así en el pasmo sucede. El pasmo, en el que la conciencia se
retrae apegándose al alma, juntándose con ella” (María Zambrano, 2002: 284).
Pero dice algo que concreta más todo esto,
se refiere a la contemplación como finalidad de la pintura del artista murciano:
“La pintura que aparece en los cuadros de Ramón Gaya pasma y subyuga para ser,
al fin, contemplada; esto es, vivida” (María Zambrano, 2002: 286).
Dejando a un lado la admiración por la obra
pictórica de Gaya que ambos poseen, cito unos comentarios a la pintura, en la
que podemos descubrir el mismo anhelo de
belleza que este arte
tiene para ambos intelectuales; María Zambrano lo muestra a través del misterio
que contiene la revelación del cuadro, como si la apariencia del mismo no
desvelase totalmente su contenido, tal es el hechizo de la pintura: “Pero como
nada logra hacerse manifiesto enteramente, el juego entre ocultación y
visibilidad marca el modo de la presencia, lo que implica una manera de entrar
en el espacio y de fluir en el tiempo” (María Zambrano, 2002: 281).
En la
Crónica General Juan Gil-Albert
nos comenta su pasión por la pintura y su convivencia con pintores, como, por
ejemplo, en su llegada a Méjico, donde compartió casa con Ramón Gaya, Enrique
Climent y Mariano Orgaz: “¿A qué podría deberse esa permanencia en mi intimidad
de los hombres del color y de la forma, ocupando, junto a mí, el puesto que
parecía haber debido corresponder a los cultivadores de la palabra y el
pensamiento? Ni uno mismo lo sabe, pero se rinde a la evidencia” (Juan
Gil-Albert, 1995: 131).
Esa incapacidad para determinar la
admiración y la atracción a la pintura y a los pintores tiene que ver, sin
duda, con ese aspecto misterioso que comentó María Zambrano en su estudio sobre
Ramón Gaya.
Es éste un aspecto más que une a ambos
intelectuales y que resulta significativo en un análisis comparativo de ambos
escritores.
CONCLUSIÓN: EL PENSAMIENTO DE MARÍA
ZAMBRANO Y DE JUAN GIL-ALBERT.
He querido comentar las afinidades entre
María Zambrano y el escritor de Alcoy no sólo
por la relación
de amistad que mantuvieron (como vimos en el apartado anterior) sino por sus
opiniones coincidentes acerca de España, Ortega y Gasset y la pintura.
Termino este estudio comparativo con un
nuevo motivo de admiración. Me refiero, en este caso, hacia la obra del poeta
malagueño Emilio Prados. María Zambrano le dedicó el estudio “El poeta y la muerte: Emilio Prados”
incluído en su libro ya citado España,
sueño y verdad.
Comento, para no extenderme demasiado, lo
que dice la pensadora sobre Prados: “Era una de esas presencias ante las cuales
no resultaba posible una atención analítica. Una presencia entera, pura, como
la de un ciego” (María Zambrano, 2002: 200).
No sólo era un hombre de gran personalidad,
sino que el poeta malagueño se convertía, al llegar a cualquier sitio, en un
ser que fascinaba al entorno, le daba vida: “Las cosas, las personas, la
realidad comenzaban a moverse, a transmutarse cuando Emilio Prados se
presentaba. Y sobre todo, comenzaba a aparecer el trasfondo donde los seres y
las cosas están enclavadas” (María Zambrano, 2002: 201).
Esta visión del poeta como un ser
excepcional es la que tiene Gil-Albert en Memorabilia
cuando dice acerca de su amigo: <<Emilio Prados es uno de esos
hombres-poetas que no parecen tener otra finalidad que serlo; y que no poseen,
para ellos mismos, otra manera de saber lo que son que obedeciendo a la
necesidad de expresarse en verso y que no siempre coincide con lo que suele
llamar el vulgo “poéticamente”>> (Juan Gil-Albert, 2004: 182).
Hay, por tanto, una fascinación similar
en la visión del poeta malagueño en los
dos escritores.
Hubo, como hemos visto, muchas cosas en
común entre los dos, pero una de las más importantes fue, sin duda alguna, los
amigos comunes.
La sensación de pérdida, la nostalgia que a
ambos les provocó el exilio, agudizó aún más su brillante pensamiento. Por todo
ello, evocan la figura de Emilio Prados, como un referente más de lo que se ha
perdido en el camino. Una labor necesaria para ambos escritores que,
necesariamente, tenía que estar presente en este estudio a la obra de Juan
Gil-Albert.
Por Pedro García Cueto